Hace ya un par de meses que se viralizaron los videos en donde se evidenciaba la mentalidad macabra de los asesinos de Planned Parenthood , pero resulta que días después la venta de órganos de niños descuartizados fue opacada por la muerte de un león llamado “Cecil” en Zimbabue, al sur de África (sé que ya tiene tiempo esta noticia, sin embargo es la más cercana de su tipo). El león fue cazado por un dentista estadounidense que habría pagado $50,000 para asegurar “una caza legal”… frente a esto adivinen ustedes, ¿qué hizo la prensa? ¡Exacto!, calló las denuncias contra Planned Parenthood y cubrió a profundidad la muerte de “Cecil”, al puro estilo de “no lo dejemos morir, Cecil te necesita”, lo que evidentemente en una sociedad distinguida por una sensibilidad torcida y mal entendida, generó campañas tras campañas en redes sociales, deseándole la muerte al dentista, recolectando dinero para detener la caza, etc. #PeroYlosNiñosAbortados?... es la pregunta que muchas otras personas pensantes que aún sobrevivimos al sentimentalismo, nos hicimos por redes sociales.

Desde ya quiero aclarar – para evitar preguntas que no vienen al caso o comentarios emocionales – que amo a los animales y no tengo nada en contra de ellos, que como todo cristiano, estoy en contra del maltrato animal y de causarles sufrimiento de manera innecesaria. Sin embargo, la cuestión aquí no es sobre Cecil, sino sobre los criterios de fondo que llevan a muchas personas a despreciar la dignidad humana y favorecer la vida de los animales por encima de nosotros, llevándoles a muchos a opiniones – sobre todo en redes sociales – del tipo: “¿Por qué no torturan al dentista de la misma manera, para que sienta lo mismo? El hombre es un cáncer en este planeta”. Ciertamente, un comentario como este podría lograr sin mucho esfuerzo, que los más grandes pensadores de la historia se saquen los ojos para no leer la aberración.

Sé que voy a ganarme la ira de muchas personas – especialmente mujeres, por estadística comprobada – al decir esto, pero si no lo aclaramos desde el principio no podremos continuar, así que leámoslo juntos y en voz alta: Los animales NO son sujetos de derecho.

Ser sujeto de derecho suele definirse como tener derechos y obligaciones jurídicas, para lo cual es necesario estar dotados de razón, para poder discriminar entre lo bueno y lo malo, y de libertad para poder escoger entre una opción y otra. Facultades (razón y libertad) que no posee ningún animal y menos la naturaleza. Basándonos en esta realidad, atribuirle derechos a los animales o a la naturaleza, es un camino al absurdo. Otra cosa muy distinta es, que aunque ni la naturaleza ni los animales sean sujetos de derecho, los seres humanos tenemos responsabilidades y obligaciones con ellos. ¡Es más! El Código Civil clasifica a los animales como cosas muebles[1].

“A este respecto, conviene meditar despacio hasta dónde pretendemos llevar la noción de derecho, en relación con lo real. Así, si todos los animales fueran sujetos de derechos, esto comprometería su vida, y también la propia alimentación del hombre, su salud, y al cabo, la más mínima de sus conductas. Pero, si se sigue esta línea hasta sus últimas consecuencias, tal vez podría incluso considerarse la posibilidad de conceder derechos a cualquier ser viviente; con lo que, absurdamente, ningún ser vivo podría subsistir, justa y legítimamente al cabo, salvo los seres vegetales (que no precisan de la materia orgánica, en virtud de la fotosíntesis)[2].

Pareciera que ninguna razón es suficiente para derrumbar el argumento emocional de la gente que, rasgándose las vestiduras lloran la muerte de un león, incluso con más sentimiento que los propios habitantes de Zimbabue. Entre que Occidente – característico de hacer teatro y drama de cuestiones similares – sufre por Cecil, en el país africano se alegran de que haya un león menos que amenace a sus familias.

A las Magdalenas que andan llorando la muerte de Cecil por redes sociales, les invito a que lean la carta de un estudiante de doctorado africano proveniente de Zimbabue y sobre porqué le genera confusión tanta “conmoción” por un león muerto[3]. Incluso tiene mayor efecto si leen la carta después de leer este artículo.

Estamos ante una ideología radical que en lo personal me espanta mucho más que las feministas fanáticas y que los activistas homosexuales que tratan de imponer su estilo de vida en la sociedad. Digo que me espantan más, porque estos anteriores al menos promueven una causa en favor de un ser humano. Una causa mal entendida en sus conceptos y violenta en su forma, pero a fin de cuentas su beneficiario directo es un ser humano. Pero en el caso concreto de los animalistas, estamos hablando de una postura radicalizada que busca una “igualdad desigual” en toda su naturaleza.

Frente a este tema se me vienen a la cabeza personalidades como Hermann Goring, Hitler, Calígula o Stalin. Estos personajes tienen todos dos cosas en común: eran apasionados zoófilos, amantes de los animales hasta la locura de nombrar gobernador a su caballo – como el caso de Calígula – y por otro lado, un desprecio hacia la raza humana en general, como el caso de Stalin, o en particular, como el caso de Hitler. Me remito a esta gente, porque la forma en que actualmente se desgarran las vestiduras por los “derechos” de los animales y luego muestran indiferencia cuando se trata del sufrimiento humano, es un factor que se vuelve a repetir. No digo que quienes así piensan serían capaces de cometer holocaustos como los de esta gente, sin embargo, ya es suficientemente grave que alberguen en su consciencia la idea o el criterio de que “el mundo estaría mejor sin nosotros”.

“Será necesario advertir a los creyentes que esta obsesión «bestialista», cada vez más fanática e intolerante, supone una devastadora subversión del orden querido por el Creador. La ideología animalista más radical se basa en la negación de una diferencia «ontológica», de naturaleza, entre el ser humano y los otros seres vivos. La «democracia ecológica»,  anuncia la perfecta igualdad de derechos entre un ser humano y, por ejemplo, una araña”[4].

Messori explica esta realidad como una subversión del orden querido por el Creador, y no es para menos, pues que la jerarquía quedó fijada desde el Génesis cuando Dios, después de crear al hombre a su imagen y semejanza, le mandó dominar la tierra[5]. La gente parece rechazar este mandato e incluso algunos se sienten ofendidos – como está de moda hoy en día, ofenderse por todo – porque consideran que la dignidad del hombre no debería estar por encima de la Naturaleza o de otros seres vivos, sino que tienen esta idea equivocada de que los árboles, las hormigas y nosotros, tenemos todos “los mismos derechos” y dado que “todos somos iguales”, imaginan un mundo en donde estemos todos cogidos de la mano cantando Cumbayá.  

Y es que este “dominar la tierra” no significa explotarla o abusar de los animales, pues quienes así lo han entendido están completamente equivocados, ya que no es esa la enseñanza de la Iglesia, sino que estamos llamados a cuidar, proteger, preservar y guardar[6]lo que se nos ha confiado como administradores, pues al final no somos dueños. Sin embargo, esta visión no puede ir en desmedro de la primacía en cuanto a dignidad y prioridad del ser humano, siempre y en toda circunstancia.

Y entonces, escandalizarse por un león muerto pero ser indiferentes ante la situación de niños abortados cuyas partes son vendidas, es simplemente una total hipocresía y doble moral, que nos está costando muy caro, pues de a poco hemos ido perdiendo la capacidad de sentir compasión por el otro.

A mi verdaderamente me cuestiona la manera en que la prensa secular cubre sus noticias. Una cosa es ser ignorantes – como el caso de un diario de mi país al cual dediqué un artículo – y otra muy distinta es ser abiertamente indiferentes ante una realidad de sufrimiento como lo son los cristianos perseguidos que diariamente son amenazados de muerte por el Estado Islámico. Tú, que te preocupas por los perritos abandonados de la calle, ¿has hecho algo por los pobres que no tienen hogar?... ¡Ah!, agárrense, porque aquí viene una argumentación que me ha tocado escuchar varias veces ante esto: “Ellos tienen cómo buscar la forma de alimentarse, los perritos no”. Realmente, es una indiferencia aplastante que constantemente me lleva a preguntarme de qué planeta salió esta gente.

Quisiera terminar siendo muy claro en el mensaje de fondo de este artículo. No se puede ser cristiano, y a la vez ser indiferente ante problemas prioritarios que amenazan la dignidad humana. Nuestra sensibilidad no puede ser más favorable a los animales que al hombre. Sencillamente, si esto es así, hay un problema en criterios y conceptos, que deberíamos seriamente revisar. Es en verdad inquietante evidenciar cómo es casi imposible sostener un diálogo racional y sin argumentos emotivos hoy en día. Estamos ante una cultura radicalizada por las minorías, en donde todo el mundo sale ofendido si se les dice la verdad, de manera que existen criterios ridículos como “si no estás de acuerdo conmigo, me odias”.

Si Cristo caminase por nuestra tierra en estos tiempos, ya habría sido objeto de desprecio muy rápidamente. Imagínense la indignación de los animalistas al presenciar al Señor exorcizando a dos endemoniados, para luego enviarlos a poseer a los cerdos. ¡Cuánta idnignación habría causado!, al ver a  los pobres cerditos tirarse del acantilado y terminar ahogados en el lago[7]. En definitiva, toda ideología que se radicaliza es un peligro constante frente al cual nosotros como cristianos debemos estar alerta, de manera que no perdamos el horizonte y la claridad.

 


[1] Código Civil Ecuatoriano, Art. 585. (También se puede encontrar en el Código Civil Español clasificado de la misma manera desde el Art. 333, en la sección de Bienes)

[2] Javier Barraca, Pensar el Derecho. Curso de filosofía jurídica. Persona y Derecho, pág. 28

[3] Aquí el comentario traducido al español en el New York Times: http://www.nytimes.com/2015/08/05/universal/es/comentario-en-zimbabwe-no-lloramos-por-los-leones.html?_r=0

[4] Vittorio Messori, Los desafíos del católico, pág. 124

[5] Génesis 1, 28

[6] Carta Encíclica Laudato Si, SS. Francisco, 67

[7] Mateo 8, 30-32