No es fácil prepararse para escuchar y ver al Señor en tiempo de Navidad. El marketing nos rodea y ahoga entre propuestas diseñadas para captar nuestra atención. El poco tiempo del que disponemos, seguramente nos lo pasaremos buscando regalos que entregar a las personas que queremos y participando en comidas y cenas diversas. Mientras vivimos de apariencias vacías,  olvidamos a Quien es el centro de todo y todos. Los corruptores del mensaje de Cristo embotan nuestros oídos y ciegan nuestros ojos con tanta sutileza, que dejaremos a Cristo como una causa secundaria de estos días de fiesta y alegría. Las Navidades van perdiendo poco a poco su sentido sagrado, pasando a ser una ocasión festiva en la que gastar nuestro dinero. 

¿Es que no todos tienen bien abiertos los oídos naturales y corporales para escuchar lo que se nos ha dicho, de modo que sea necesaria la exhortación del Señor a escuchar? Mas queriendo el Señor insinuar el conocimiento de un misterio, reclama una escucha atenta de su enseñanza. Al fin del tiempo, en efecto, arrancarán de su Reino a los corruptores. Tenemos pues al Señor reinando según la claridad de su cuerpo, mientras son apartados los corruptores. Y estamos nosotros también configurados a la gloria de su cuerpo en el Reino del Padre, refulgentes como la luz del sol. Este será el traje de etiqueta en su Reino tal como lo demostró a sus apóstoles cuando se transfiguró en el monte. Y entregará el reino a Dios Padre: no como si lo concediera en virtud de su propio poder, sino que, a nosotros configurados ya a la gloria de Su Cuerpo, nos entregará como Reino a Dios. Nos entregará pues, como un Reino, según este pasaje del evangelio: venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El Hijo entregará al reinado de Dios, a los que él llamó a su Reino y a quienes prometió la bienaventuranza de este misterio, diciendo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. (San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad Lib 11, 36-40) 

Pero ¿Cómo sustraernos a tanto ruido, luces, prisas y compromisos mundanos? No es sencillo, porque el marketing ha sabido ligar la Navidad al consumismo. Vivir el Adviento necesita de mucha voluntad y sobre todo, de disciplina espartana. Disciplina para saber apartar de nuestro corazón todo lo que nos distrae y embota. Voluntad para poner a Cristo en el centro de la vida cotidiana de este tiempo. Hay que ser conscientes que tampoco la Iglesia nos ayuda especialmente, ya que se contagia de las prisas, festejos aparentes y olvida el silencio y la adoración. 

San Hilario nos indica que debemos acoger el Misterio “no como si lo concediera en virtud de su propio poder, sino que, a nosotros configurados ya a la gloria de Su Cuerpo, nos entregará como Reino a Dios”. El Cuerpo de Cristo es la Iglesia, de la que somos parte cada uno de nosotros. A través de la Iglesia, Cristo nos entrega el Reino de Dios. Reino que no tiene nada que ver con las compras, fiestas, cenas y excesos diversos. El Reino de Dios no es de este mundo. Arrodillados frente al Misterio de Dios hecho carne en un Niño indefenso y escenificado en un humilde establo. Como los Pastores y los Magos de Oriente, “los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”. Comprendo que hoy en día es una temeridad hablar de “los justos” porque la justicia se interpreta como un mal incompatible con la misericordia. Rechazamos que sólo quien recibe la Gracia de Dios puede actuar de forma justa y por lo tanto, misericordiosa. No podemos aceptar que Dios señale el camino y después nos dé las fuerzas para andarlo. Preferimos pensar que cualquier camino será aceptado como válido por un dios al que no le importamos demasiado. 

Olvidamos una maravillosa bienaventuranza: “Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5,9). Dichosos aquellos que reciben la Gracia que les hace ser capaces de actuar con justicia, porque Dios les concede el Reino de la Justicia, el Reino de Dios. El Adviento podría ser un momento maravilloso para pedir a Dios ser verdaderamente justos y no legalistas. Ser capaces de vivir el Adviento en camino hacia donde Dios quiere nacer: en nuestros corazones.