En estos momentos tan delicados  del pontificado del Papa Francisco, él acude a la intercesión y protección de san José, Patrono de la Iglesia Universal. La Divina Providencia quiso que en este día se iniciara su pontificado. En la homilía de aquel memorable día dijo: “José es «custodio» porque sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más sensatas” (H. 19.3.2013).´

Una de las decisiones sensatas que ha tomado el Papa Francisco ha sido no entrar en la polémica suscitada por Mons. Vigano y animarnos a invocar con él la protección poderosa de san José. Lo ha hecho discretamente, como san José. En la audiencia que concedió a los participantes en el Capítulo General de los Oblatos de san José,  l viernes 31 de septiembre, les dijo: “Me gusta San José. ¡Tiene tanto poder! Desde hace más de 40 años recito una oración que encontré en un antiguo misal francés que dice: San José ‘cuyo poder hace posibles las cosas imposibles’”.      

Con estas palabras nos anima a todos a unirnos a esta oración pidiendo la ayuda de san José, para que ejerza su poder en bien de la Iglesia. Esta oración que se basa en la experiencia Teresa de Jesús, como recordó a Mons. Jesús  Gacría Burillo, Obispo de Ávila, en la carta que le escribió con motivo del V centenario de santa Teresa de Jesús, dice:

Glorioso Patriarca San José cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, venid en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Tomad bajo vuestra protección las situaciones tan serias y difíciles que os encomiendo... a fin de que tengan una feliz solución. Mi bien amado Padre: toda mi confianza esta puesta en Vos. Que no se diga que os he invocado en vano. Y puesto que Vos podéis todo ante Jesús y María, mostradme que vuestra bondad es tan grande como vuestro poder. Amén.

 También le manifestó a Mons. Jesús García Burillo, en la citada carta: “Querido Hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y problemas y, como ella, «no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer... A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace cuanto le pide» (Vida 6,6)”[1].

Un ejemplo del poder de san José para ayudar a la Iglesia, cuando es invocada su ayuda lo tenemos en este hecho histórico de inicios del siglo XIX.

Cuando Napoleón intentó hacer de la Iglesia y del propio Pontificado instrumentos al servicio de sus intereses políticos, y entonces tropezó con la serena, pero resuelta, resistencia de Pío VII. Ante la negativa del Pontífice, Napoleón reaccionó con violencia: los Estados Pontificios fueron anexionados y se declaró a Roma segunda capital del Imperio. Pío VII, reducido a prisión.

El Pontífice, al verse impedido de regir con libertad el timón de la nave de la Iglesia, que Dios le había encomendado, acudió al Santo Patriarca pidiendo ayuda y protección, que a la Iglesia naciente había sacado incólume del furor de otro tirano. Pronto recibió el socorro que imploraba. La tremenda derrota del ejército napoleónico en Leipzig fue funesta para el Emperador, y desde entonces los desfavorables sucesos se precipitaron de manera inesperada. Viendo Napoleón que sus glorias empezaban a desvanecerse, y conociendo en sus derrotas la mano de Dios, vengador de tantos ultrajes, decretó fuesen devueltos al Papa los Estados Pontificios.

No faltaron en aquel suceso señales de la protección del Santo Patriarca. El decreto de la devolución está firmado el 10 de Marzo, cuando en Roma y en el orbe católico se empezaba la novena a san José. Este decreto llegó al castillo de Fontainebleau, y se puso en manos del Pontífice, el 19 del mismo mes, fiesta del glorioso Protector de la Iglesia. En 1814, Pío VII recuperó la libertad y el 7 de junio de 1815 retornaba definitivamente a Roma, mientras su adversario, vencido y desterrado por los ingleses en Waterloo, desembarcaba prisionero en la isla de Elda, después de haber firmado la abdicación definitiva, por la que renunciaba al poder, para sí y para sus herederos[2].

Para que podamos experimentar la poderosa protección de san José en la Iglesia está vinculado a que supliquemos conscientemente su ayuda y lo honremos de corazón. De ello, les hizo consciente el Espíritu Santo a los pastores y a los fieles, en la crítica situación en la que vivía la Iglesia en el siglo XIX, pues se luchaba desde todos los ámbitos del poder para hacer desaparecer su influencia social, y a ser posible su misma existència. Pío IX declarará: “San José es, después de la Santísima Virgen María, la esperanza más segura de la Iglesia[3].

En la revista Le messager du Coeur de Jesús, se describe el ambiente de amor a la Iglesia y la ferviente devoción a san José que  precederá el acto con que Pío IX le proclamó patrón de la Iglesia Universal. “Se manifiesta hoy en día un gran movimiento a favor de la devoción a san José. Este movimiento, que tiene su fuente en la piedad y el amor de los católicos hacia el misterio de la Encarnación, se ha expansionado rápidamente en todo el continente y más allá de los mares. […] En Italia, en Francia, en España, en Bélgica, los católicos expresan idénticos sentimientos  […]  es un movimiento magnífico[4].

Los Padres del Concilio Vaticano I (32 Cardenales y 218 Obispos) acogieron benignamente este movimiento josefino en favor de la Iglesia que se extendía por doquier y en todos los ámbitos eclesiales, y  no dudaron en suscribir un «postulatum», en el cual solicitaban a Pío IX, que san José fuera introducido nominalmente en el canon de la misa y fuera proclamado Patrón de la Iglesia universal.

A pesar de la suspensión forzada de dicho Concilio, Pío IX tuvo en cuenta esta propuesta. Le apremiaba la situación convulsa que vivía Europa: la guerra franco-prusiana, los incendios de la Comuna de Paris, la revolución de España de 1868 que se  distinguía por su talante anticlerical, la pérdida de los Estados pontificios.... 

Pío IX, para alentar al pueblo cristiano en sus pruebas, y atraerse la protección de lo Alto, accediendo a las reiteradas preces de los Prelados del Orbe Católico[5], en 1870, dieciséis años más tarde de la proclamación del dogma de la Inmaculada, también el 8 de diciembre, declaró a san José Patrón de la Iglesia universal. El entusiasmo que suscitó dicha declaración pontificia, fue signo de que se había satisfecho uno de los anhelos más fervientes de los fieles católicos.

De esta forma el beato Pío IX, proclamando solemnemente el dogma de la Inmaculada y el patrocinio de san José sobre la Iglesia universal, colaboró de forma eminente a que el pueblo cristiano  encontrara en la intercesión de la Virgen María y de san José una ayuda firme en aquellos momentos de tribulación en que se encontraba la Iglesia. Su sucesor León XIII, además de alentar a los fieles a que imploraran la intercesión de la Madre del Señor y del Santo Patriarca, promoverá también que el pueblo fiel implore al fin de cada celebración Eucarística la poderosísima protección de san Miguel Arcángel en favor de la Iglesia[6]. Un siglo más tarde el beato Juan XXIII puso a la Virgen María y a san José patronos del Concilio Vaticano II, y ellos siguen siendo los grandes intercesores ante Dios para alcanzar de Él las gracias para la correcta aplicación del Concilio Vaticano II. 

No dejemos de implorar junto al Papa Francisco la intercesión de san José junto a la intercesión poderosísima de la Virgen María, Madre de la Iglesia, en estos momentos críticos y podremos experimentar como estas circunstancias difíciles Dios Trinidad las conducirá para su mayor gloria y bien de la Iglesia universal, para ser mejor sacramento universal de salvación.  

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Notas

[1] Carta del P. Francisco al Obispo de Ávila, el 28.3.2015.

[2] Cf. Josemaría Monforte, La devoción a San José en los dos últimos siglos, www.almudi.org.  

[3] Citado por León Cristiani, San José, Patrón de la Iglesia Universal, Madrid: Ed. Rialp 1978, p. 236.

[4] Citado por Francisco Canals, San José, Patriarca del pueblo de Dios, Barcelona: Ed. Balmes 21994, pp. 334-335.

[5] Cf. “Excitación a los fieles de la Provincia Eclesiástica de Tarragona con motivo del año Jubilar de San José” Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Vic, 1790 (15-III-1920) 77.

[6]  León XIII mandó que al finalizar todas las misas se implorara el auxilio y la protección del Arcángel san Miguel,  con esta  oración:  “Arcángel San Miguel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la malignidad y las insidias del diablo. ¡Impérele Dios!, te pedimos, suplicantes; y tu, Príncipe de la celeste milicia, con divino poder, lanza al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para perder las almas”.