Traigo al Blog una carta de una joven católica dirigida a los terroristas de París, y publicada en  
es.aleteia.org/2015/11/19/atentados-en-paris-carta-abierta-de-una-joven-catolica/
Me ha gustado, aunque seguro que no le llegará a ningún terrorista, pero nos llega a nosotros que tenemos que enfrentarnos a ellos con las armas del espíritu. Dejamos las otras armas en manos de los políticos. La situación no e nada fácil ni grata, pero tenemos la fuerza de la oración que lo puede todo.

Tengo 18 años y soy católica. Hoy, como todos los lunes, al salir de la universidad, fui a tomar un café a una terraza. Nada de extraordinario en realidad. El café no había cambiado de sabor desde la semana pasada, la camarera no había cambiado su sonrisa y los habituales no habían cambiado de mesa. Como todos los lunes, saco el periódico de la víspera casi maquinalmente de mi bolsa y leo en diagonal los títulos grandes.

Pero ya no reconozco el diario que hojeaba cada semana. Su logo está a media asta, y sólo hay un titular: “El dolor y la ira”.

¿Qué hacer?

Una foto de un hombre, llorando ante un ramo de flores, velas y una bandera, hace la noticia. Un hombre, las lágrimas, la tristeza, la ira, muertos, inocentes, heridos, ya no deseo continuar leyendo.

Aparto mi diario, me tomo mi café, pago. Por primera vez en el año, me voy antes de lo habitual de este lugar donde acostumbro a leer mi periódico con toda quietud.

¿Qué hacer? ¿Ir a casa como la prefectura nos ha aconsejado? No. Decido ir a un lugar que me resulta familiar y precioso en mi corazón. Después de cinco minutos caminando ya estoy ahí.

Ese lugar es mi parroquia, mi segunda casa, la del Señor. Entro. Mira, hay gente. Me deslizo en silencio hacia el altar dedicado a la Santísima Virgen. Más espacio. Lo único que queda es un reclinatorio ante el altar de santa Rita, la patrona de las causas desesperadas.

Me viene a la mente un pasaje del Evangelio de san Mateo: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen”.

No he rezado por las víctimas

Entonces me viene una idea. No he rezado por las víctimas, ni por las familias en luto ni tampoco por la salvación de mi bella patria.

Hoy he rezado por ti. He rezado a santa Rita para que nos ayude a perdonarte. Le he rezado para que los franceses te perdonen.

He rezado para que las familias de las víctimas puedan un día perdonarte, perdonar tu acto injustificable y simplemente bárbaro.

He pedido al Señor, con la ayuda de toda mi fe, que me ayude, que nos ayude a perdonarte. Le he pedido que te bendiga y que haga descender la Gracia del Espíritu Santo sobre ti.

He rezado a la Santísima Virgen María que vele por ti. Le he pedido que extienda sobre ti su Amor. Que te haga entender que estamos en la Tierra para amar y no para matar. Que te haga entender la gravedad y la estupidez de tu acto.

Recé para que comprendas que ningún hombre, poco importa lo que sea, de donde venga, en qué crea y las ideas que le animen, merece morir sólo porque quiera pasar un buen rato con sus amigos.

“Si dos de vosotros se ponen de acuerdo para pedir algo…”

Después me he recordado de un segundo pasaje del Evangelio según san Mateo: “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Y he rezado para no ser la única católica que rezo por tu perdón. He rezado para que aprendas a aceptar el perdón de los demás, lo que tu ideología no te ha permitido aprender.

A ti, que como yo has vivido en Francia y tienes una familia, pueda el Señor Jesucristo ponerte en el camino correcto. Que Él te enseñe el sentido del amor y de la fraternidad que nos une a todos.

Porque sí, tú no has hecho explotar a la sociedad francesa, la has fortalecido. No has hecho crecer el racismo, lo vas a erradicar. No has matado nuestra fe, la has resucitado.

Para acabar me gustaría citar unas palabras de Madre Teresa:

La vida es belleza, admírala;

la vida es beatitud, saboréala,

la vida es un sueño, hazlo realidad.

 

La vida es un reto, afróntalo;

la vida es un juego, juégalo,

la vida es preciosa, cuídala;

la vida es riqueza, consérvala;

la vida es un misterio, descúbrelo.

 

La vida es una promesa, cúmplela;

la vida es amor, gózalo;

la vida es tristeza, supérala;

la vida es un himno, cántalo;

la vida es una tragedia, domínala.

 

La vida es aventura, vívela;

la vida es felicidad, merécela;

la vida es vida, defiéndela

 

Espero, querido terrorista, que estas pocas palabras te lleguen para que te des cuenta de que el odio y la muerte no son la solución:

 

Una joven católica que intenta perdonar.