Permitidme, queridos amigos, que en este artículo me dirija al Señor; vosotros escuchad y no sé si también vosotros podríais dirigirle esas mismas palabras.

El próximo año en el que pronto vamos a entrar, cumpliré, si vivo, ochenta y siete años. ¡Con qué rapidez han pasado!

Esta tarde, estando un rato junto al sagrario, viendo a Jesús junto a mí en la Eucaristía y una imagen pequeñita de la Virgen de los Desamparados sobre el altar, pensando sobre mi vida, me atreví a decirle a Jesús que no me fiaba de él. A ella no le dije nada. Sólo la miré con el afecto de siempre. Ella, indudablemente me miraba también con el afecto y ternura de una madre; como siempre.

A Jesús le decía que le estoy pidiendo varias cosas, no para mí sino para otros y no me las concede; y no eran cosas materiales sino espirituales, cosas de conversión de algunos sacerdotes, amigos y familiares.

Le decía también: después de bastante tiempo de estar pidiéndotelas tenía la convicción de que te las estaba pidiendo en vano, por lo que te dije “no me fío de ti”.

Pero se me ocurrió decirte también “no te fíes de mí”; y no es que conjugase ambas frases; es que me salieron espontáneas. Me reconocía pecador ante el Señor; y es que al verme 17 años como sacerdote y 44 como obispo sin haber llegado a ser santo, a pesar de la cantidad de gracias recibidas del Señor y de haber visto tantos ejemplos maravillosos de gente buena y sencilla; es cuando también te dije: Señor, no te fíes de mí.

Quedaba ya muy lejos aquella tarde de mi ordenación sacerdotal cuando la pasé contemplándome a mí, sin ver claro si yo era yo, o si lo eras tú. ¡Qué bonito sentirme tú! Creo que fue la experiencia más bonita que tuve en mi vida.

Al decirte que no me fiaba de ti, ya sabes que te lo decía en plan de amigo. ¿Cómo te lo iba a decir en serio cuando sé que todo un Dios como eres, has dado por mí tu vida en la cruz? Y ¿cómo te lo iba a decir en presencia de la imagen de tu madre y mi madre con quien dialogo tantas veces  y a la que contemplo mirándome con la ternura con que te miraba a ti puesto que me la diste como madre?

Claro que me fío de ti, Jesús. Sé que sabes lo que es mejor para mí y para las personas que te encomiendo. Sabes, Jesús, que a pesar de todo, te quiero aunque menos de lo que debiera quererte. A pesar de todo, piensa en lo que te estoy pidiendo. Sé que sabes mejor que yo lo que me conviene, a mí y a las personas que te encomiendo.

Un abrazo muy fuerte, Jesús.

José Gea