¿No les parece una interesante cuestión de “pequeña exégesis” no carente de actualidad? ¿Qué piensa Vd.? ¿Que comulgó, que no? ¿Se atreve a hacer una pequeña apuesta, aunque sólo sea consigo mismo antes de conocer la respuesta?
 
            Hayan optado por lo que hayan optado, no se turben: la cuestión ofrece espacio a la especulación, ya van a verlo.
 
            Empecemos hoy nuestro ejercicio de “pequeña exégesis”, si les parece a Vds. bien, por Lucas.
 
            “Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios.»
            Tomó luego una copa, dio gracias y dijo: «Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios.»
            Tomó luego pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» De igual modo, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que se derrama por vosotros.
            «Mirad, la mano del que me entrega está aquí conmigo sobre la mesa. Porque el Hijo del hombre se marcha según está determinado. Pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!» Entonces se pusieron a discutir entre sí quién de ellos sería el que iba a hacer aquello” (Lc. 22, 14-23).
 
            En Lucas aparece con toda claridad que Judas comulga: Jesús instituye la eucaristía y la reparte entre los suyos, y sólo después anuncia que uno de los que ha comido con él le ha de entregar. En el episodio lucano ni siquiera dice quién es ese tal.
 
            Veamos ahora a Marcos:
 
            “Y al atardecer, llega él con los Doce. Y mientras comían recostados, Jesús dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará, el que come conmigo.» Ellos empezaron a entristecerse y a decirle uno tras otro: «¿Acaso soy yo?» Él les dijo: «Uno de los Doce que moja conmigo en el mismo plato. Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!»
            Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, éste es mi cuerpo.» Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.»” (Mc. 14, 17-25)
 
            Aquí, por el contrario que en Lucas, la secuencia de los hechos comienza con el anuncio de la traición y continúa con la institución de la eucaristía. Ahora bien, en Marcos como en Lucas, Jesús ni siquiera delata al que le ha de traicionar, éste por su parte tampoco confiesa, y es evidente que todos comulgan, también aquél que lo va a entregar.
 
            Y bien amigos, con este ejercicio de lo que al principio he dado en llamar “pequeña exégesis”, les dejo por hoy, no sin informarles de que mañana conoceremos la respuesta que a la misma cuestión nos ofrecen los otros dos evangelistas, Mateo y Juan, no menos interesante. Hemos pasado el ratito ¿no? Que pasen Vds. un feliz día, y que hagan mucho bien y no reciban menos. Nos vemos por aquí.
 
 
            ©L.A.
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