No tengo muy claro que sea cierto el aserto biológico que afirma que “la función hace el órgano”, al menos en lo que a los seres vivos materiales se refiere, pero de lo que estoy plenamente convencido es que de la misión nace la nación.

Más allá de la circunstancia concreta, de las casualidades, o más bien causalidades, que la geografía, el azar y el libre albedrio de los hombres han venido en conformar pueblos con identidad propia, con una suerte de alma común, lo que define y genera un grupo humano sobre el cual, o a partir del cual, surge la nación es la misión particular, vocación si se quiere, que lo diferencia de otros.



¿Cuál es la misión que ha definido a España?. Sin duda la vocación Hispana fue, es y será Roma, no cabe otra. La conciencia de unidad y de singularidad del pueblo hispano se fue forjando gracias a Roma, que dotó de una visión universal, imperial, a los distintos pueblos que habitaban la península ibérica. Y esta vocación, esta misión, llego a su culmen cuando la misión de Roma pasó a ser Transcendente, desde el mismo momento en que se convirtió en sede de la Roca sobre la que se asienta la verdadera religión. Por ello la misión, plena, de España es: acrisolar, defender y extender la fe Católica, sin demérito de otros pueblos bendecidos con vocaciones similares. Solo se puede ser español teniendo este “ADN”. Un español, para serlo de verdad, solo puede ser Católico, tanto en su afirmación como en su negación, porque un anticatólico queda definido también por la fe, en este caso por lo que rechaza o ataca.

Uno no es español por tener DNI, vivir en territorio español, pertenecer a un determinado grupo racial o tener ancestros españoles. Uno es español porque concurriendo alguna de esas circunstancias posee una cosmovisión, una cultura, una forma de ser que deriva de esa misión de la que, como individuo, participa.

Por todo ello en España todo lo Antiespañol deriva en Anticatólico y viceversa. Uno puede ser anticatólico y amar, pongamos por caso, Alemania, Suiza, Estados Unidos o Jamaica, pero si uno es Anticatólico odiará, por su historia y lo que representa, a España, prueba irrefutable de la identificación de lo español con lo católico.

Vivimos ciertamente un periodo muy singular de la historia, en la que tanto la Iglesia como Roma, léase civilización Occidental, está en descomposición, el grave crisis. No es que se la ataque, lo cual sería otra forma de afirmarla (no se ataca lo que no existe), sino que sencillamente está desapareciendo. Somos un pueblo cuya principal preocupación es mantener el estado del bienestar, esto es: solo nos importa estar bien, cómodos, sanos.

Por eso el problema catalán no es, a mi juicio, un mero problema político, sino, y sobre todo, espiritual. De hecho el separatismo Catalán, pese a ser el más llamativo ahora, no es el único: tenemos también corrientes separatistas, más o menos desarrolladas, en: País Vasco, Galicia, Navarra, Castilla, Andalucía, Canarias, Asturias, … es decir Cataluña no es singular en esto y es tan española o no-española como las demás.

Perdida la misión, negada el alma, ya nada se pude hacer: la descomposición de España no la salva ni el gobierno de la nación, ni la constitución de 1978, ni el artículo 155, ni la división acorazada Brunete.

La única salvación de España como pueblo-nación puede venir de un pequeño resto fiel firme en la fe, entregado a la oración, fiel a la tradición y a la misión entregada. Si esto ponemos de nuestra parte estoy seguro que el Señor de las victorias, una vez más, se apiadará de su pueblo que peregrina en España.  

Germán Menéndez