APRENDER A QUERER

     Estoy convencido de que no todo el mundo sabe querer. Hay muchos aquejados de artrocardia (artrosis del corazón que impiden el verdadero amor). No sé si decir que no es fácil saber querer, no es fácil curar esta enfermedad tan extendida. Hoy mucha gente no sabe querer porque nadie le ha enseñado a salir de su crisis. Nuestra sociedad materialista nos induce a ser ambiciosos, caprichosos, consumidores compulsivos, egoístas a fondo, envidiosos con avaricia... Diríamos que nos prepara para una lucha muy competitiva contra nuestros opositores, contra nuestros rivales, contra uno mismo con el fin de anular la voluntad y convertirnos en simples marionetas manipuladas por el interés político, ideológico y comercial.

    Es dura la vida. No es fácil abrirse un camino honesto, éticamente correcto, en esta selva espesa que no nos deja ver el horizonte. Nos quedamos con la nariz pegada en el primer tronco que se nos pone en el camino.  Nos enredamos fácilmente en la maraña pegajosa y agresiva del camino, de cualquier camino. Y el ser humano ha de partirse el pecho tenazmente si quiere que su dignidad salga airosa de la arriesgada aventura. No parece fácil la aventura.

    Ante una infinita oferta de cosas y posibilidades, el hombre debe saber elegir para ser libre. Decía el filósofo Ortega y Gasset en su libro "El mito del hombre allende la técnica": El hombre es inteligente... porque necesita elegir. Y porque tiene que elegir, tiene que hacerse libre. De ahí procede esta famosa libertad del hombre, esta terrible libertad del hombre, que es también su más alto privilegio. Sólo se hizo libre porque se vio obligado a elegir..."

    Pienso que tiene razón el filósofo. Jesucristo ya dijo que la verdad nos hará libres. Por eso hay que huir de la mentira. Cada día nos enfrentamos con la perentoria responsabilidad de elegir lo auténtico. Saber decidirnos por lo que nos conviene, por lo que verdaderamente necesitamos, por aquello que reclama nuestra necesidad de vivir con dignidad. En el gran supermercado del mundo sólo hay que comprar lo que nos hace falta a nosotros, o a los demás. Hay mucha mercancía superflua. Decía una misionera recién llegada del África pobre al entrar a un hipermercado de la ciudad en donde vivo: ¡Hay que ver la cantidad de cosas que no necesito! Todo lo que no necesito es superfluo para mí. Y no están los tiempos para malgastar el dinero, las energías, en chucherías.

       Pero hay una cosa que sí necesitamos: Aprender a querer. Y esto no se vende. Sólo se adquiere abriendo el corazón al otro, convirtiéndolo en algo mío. En un pequeño-gran libro titulado "Cartas a El Principito”, conocido libro de Exúpery,  en la carta nº 4 dice su autora Kica Tomás: Es necesario -indispensable- conocer la amistad. Brota un día, de una semilla que vigilamos muy de cerca. Esperamos...y... ¡De pronto! Comprendemos el nacimiento de una relación distinta.

    Comprender, ver lo bueno de la gente, ilumina. Saber adivinar la ternura, incluso detrás de la torpeza (tantas veces aparente).

    Las personas somos... ¡Tan contradictorias!...

    Nunca es tarde para aprender a querer.

    La historia, se repite -una y otra vez- como en la relación con tu flor: "Pues sí, te quiero -le dijo la flor-. Por mi culpa no llegaste a saberlo. No tiene importancia. Pero tú has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz... Somos realmente muy raros, si no sabemos quitarnos ese sombrero tan ridículo que nos impide saludar a la amistad..." (págs. 23-24).

    Estoy plenamente convencido. Para ser libres, para ser felices, hay que aprender a querer, hay que saludar a esa amistad que pasa cerca de nosotros, que nos necesita, que la necesitamos, y que no sabemos si volverá. En el mercado del mundo no se vende la amistad, por eso muchos no saben querer, porque no pueden comprar el amor. Estamos obligados a elegir. Y entre tantas ofertas, muchas de ellas rebajadas en su valor inicial, yo me quedo con la amistad, e intento aprender cada día a querer. Creo que es una buena opción para tomársela en serio. No hace mucho publiqué un cuento que titulé “El vendedor de besos”. Quise reflejar en él la humanitaria intención de un buen hombre, ya abuelo, de regalar cariño a los deficientes afectivos. En realidad el buen hombre regalaba amor en el mercado de la vida.

    Todos debemos aprender a querer y enseñar a amar. Sin duda el mundo sería más feliz, ¿no te parece?

                        Juan García Inza (juan.garciainza@gmail.com)