"Nunca pasa nada". Me lo repite con insistencia ese amigo al que machaco a mensajitos y llamadas cuando algo me inquieta, me asusta o me agobia. Tiene razón en el fondo de la cuestión, aunque por el camino cada quién pase sus fatiguitas. 

Me ha llegado a la mente el bálsamo del "nunca pasa nada" ahora que ha concluido el Sínodo sobre la familia convocado por el Papa Francisco y que tanta carnaza mediática, teológica y vaticana ha proporcionado. 

Al final, contra lo que deseaban los que no quieren bien a la Iglesia, "no ha pasado nada". Al menos en lo referido a la doctrina fundamental sobre el matrimonio.

La Iglesia sigue predicando lo de siempre, porque no puede ni debe enmendar lo que Jesús dejó establecido:
En este sentido, "no ha pasado nada". 

Otra cosa es que quedan muchas cosas por suceder.

Seguramente, habrá que hacer un esfuerzo pastoral importante para acoger mejor a quienes han sufrido el fracaso matrimonial. Habrá que mirar caso por caso cuál es el mejor camino para acercar a esas personas a la santidad, que es vocación compartida por todos, con independencia de los pecados que hayamos cometido en nuestra vida.

Bien es verdad que, cuanto menos en forma espiritual está uno, más difícil es alcanzar la cima de la contemplación eterna del Hacedor. Pero en esa cordada deben estar el presbítero y la comunidad, arropando. 

Las cosas negativas que sí han pasado, algunas de ellas muy graves, pues ya se sabe: cielo y tierra pasarán. Pasará Charamsa, como pasará Kasper. Como pasarán Forcades y Caram. Ya es hora de que pasemos de ellos también.

Porque "nunca pasa nada". Y lo que pasa, si se acoge en Dios, es para bien.