Egipto, el Imperio Persa, el Romano, el Turco o incluso el Español. Todos los grandes poderes de este mundo, a lo largo de la historia, han caído, y han dado paso a un nuevo orden, a nuevas civilizaciones. Occidente, la Europa en que vivimos, no será, me temo, una excepción. Pues Europa, o es cristiana, o dejará de ser Europa; al menos en la forma en que hoy la conocemos.

Podemos empeñarnos en negarlo, y borrar todo rastro de cristianismo de nuestras sociedades. Pero la realidad es que el cristianismo es la argamasa que ha unido durante siglos a este viejo continente. Sus raíces y cimientos son la fe en Jesucristo. Al dinamitarlos, hacemos tambalear todo nuestro mundo. Nuestro viejo mundo.

En esta decadencia de nuestras creencias más profundas, en este vacío de valores sustentado por un capitalismo pasado de vueltas, estamos llamados a ver caer nuestro “imperio”. Lo que tenga que ser será. Ahora bien, lo que no vale es la hipocresía, sentirnos víctimas el día de mañana de cuanto hoy estamos sembrando, ni decir que nadie nos advirtió.

Lo fácil es demonizar al cardenal Cañizares cuando advierte del peligro en nuestras fronteras. Aborrecer a dictadores y tiranos como Al Assad. Criticar a Putin por su forma de entrar en Siria. Acordarnos de los europeos que huyeron de sus países en las guerras mundiales, recordando que ahora nos toca a nosotros acoger. Enarbolar sin distinciones la bandera de la solidaridad, la misma inexistente en todos los países musulmanes que rodean a Siria. Lo contrario parece una aberración.

Pero sepamos que, de todo esto, un día se nos pedirá cuentas. Nuestros hijos, nuestros nietos o nuestros bisnietos. Los que fueron cristianos en Oriente nos preguntarán por qué cambiamos un corrupto poder que les permitía vivir por un vacío del mismo en que los radicales islamistas los borraron del mapa. Por qué abrimos nuestras fronteras indiscriminadamente a musulmanes, y permanecimos impasibles cuando ellos eran masacrados. Por qué permitimos que la cultura cristiana en Europa fuese arrinconada, y educamos a generaciones enteras privados de creencias, de valores, aleccionados en la sed de dinero, de poder y autocomplacencia. Por qué no abrimos los ojos a ver cómo miles de personas se jugaban la vida por entrar en nuestras fronteras, aferrados a su supervivencia, mientras nosotros despreciábamos esa misma vida, destrozando la natalidad, alentando el aborto, silenciando los suicidios, fatal fin de las masivas depresiones, peste del siglo XXI. Por qué dejó de importarnos nuestra historia, nuestra patria, nuestro futuro, nuestro Dios.

Esta sociedad nuestra tiene defectos. Muchísimos. Dista un mundo de ser perfecta. Pero yo no cambio todo cuanto hemos construidos en los países de tradición cristiana por el tipo de vida de los países que se han desarrollado al amparo del islam. No me importa que me llamen xenófobo por pretender que todo musulmán que cruce nuestras fronteras entienda esto: la lícita búsqueda de comida y alimento, la huida de guerra y muerte, la aspiración de una vida mejor, está sustentada en el cristianismo al que llegan, no en el islam del que huyen.