Así como un ingeniero no se da por generación espontánea; es decir, de la nada, lo mismo pasa con un político. Hay que formarlos y, sobre todo, saber elegir talentos, porque el hecho de tomarse una fotografía ayudando o posando en algún pódium nada tiene que ver con tener un cierto talento innato para gobernar. ¿Qué tenían personajes como Churchill (18741965), Margaret Thatcher (1925-2013) o Adolfo Suárez (1932-2014) que no dejaban indiferente a nadie? Primero, las personas –empezando por sus críticos- se los tomaban enserio. El respeto se gana. Por esta razón, no hay que improvisar, sino buscar hombres y mujeres con ideas, personas capaces de incidir y despertar a los ciudadanos para que se impliquen en el proceso de cambio, de mejora socioeconómica. En segundo lugar, había resultados. Cuando Churchill tomaba el micrófono, Gran Bretaña esperaba con total expectación, la nación entera se veía reflejada en sus palabras y eso les daba fuerza, vigor para enfrentar los difíciles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial (19391945).

Ahora bien, la política no debe ser vista como salida al desempleo personal, sino una oportunidad de crecer en la propia profesión, una suerte de especialización de facto. Verse desempleado y optar por ser político dista mucho de lo que el país necesita. Para mantener la coherencia al gobernar, es necesario no depender al 100% de dicho sueldo, sino tener otras entradas, ajenas totalmente a la “res publica” (cosa pública), de modo que haya el menor número de presiones posibles y el bien común pueda ganar la partida. A veces, la mayoría de las personas piensan que no es posible ser un buen político, pero la historia tiene antecedentes de personajes que lo han logrado. Pensemos, por ejemplo, en el papel que jugó Adolfo Suárez durante la transición española. Tener valores no significa ser tonto o ingenuo. Esto es lo que tenemos que recuperar, pues la coherencia y el ingenio nunca han estado de pleito. De hecho, se compaginan bastante bien.

¿Cómo formar jóvenes políticos? Dos palabras claves: universidad y empleo; es decir, estudio y trabajo. Después de la licenciatura o de la ingeniería, con sus respectivos posgrados, un tiempo en el que se ocupen de tareas ajenas a la política, pues eso da perspectiva, favorece el sentido común y hace madurar en la conciencia social y la empatía. Una persona que nunca va al supermercado o que solamente está esperando a que sea viernes para gastarse su quincena, difícilmente podrá coordinar la administración pública. Margaret Thatcher decía que el gobierno se parecía a los gastos corrientes de una casa, de un hogar. De tal forma que, todo aquel que sabe administrarse en cuanto a necesidades como agua, luz y gas, entiende a pequeña escala lo que, una vez llevado a nivel macro, es un Estado.

Además de lo anterior, es necesario forjar convicciones, hacerles ver qué lugar tienen los valores, recuperar el honor y, por ende, un sentido más patriótico, aunque sin los excesos nacionalistas. La corrupción viene de la falta de horizontes. Cuando alguien encuentra motivos para vivir que sean capaces de generar un cambio, con la satisfacción que esto supone y la apertura de nuevas puertas, se vuelve inteligente y comprende que tirar por la borda tantos años de esfuerzo al cometer alguna clase de delito, deja de ser atractivo, porque mira más allá y reconoce la riqueza incalculable de dormir con la conciencia tranquila. Un político de verdad es la suma de un liderazgo innato y una sólida formación intelectual, crítica. Podríamos empezar a promover iniciativas, desde las escuelas y las universidades, para alcanzar lo que hemos descrito en pocas líneas.