"Yo no renuncio".

Seguro que habéis visto recientemente en las redes esta campaña. La idea es exigir a Gobierno y partidos políticos que se incentive fiscalmente a las pymes que promuevan una jornada laboral continua con flexibilidad horaria. "Yo no renuncio a ver crecer a mi hijo", dice el eslogan completo.

Aunque no quiero crear polémica, sí que me siento en la obligación, como parte implicada que soy, de dar otro punto de vista.

Creo que el motivo de la campaña es estupendo, y que en España, empresarialmente hablando, se desprecia a las mujeres ´con riesgo de ser madres´. Pero creo, también, que esta campaña no da la batalla dónde hay que darla.

La cuestión principal es que, la mayoría de las veces, en la vida, sí hay que renunciar, aunque nos cueste. Las decisiones que tomamos, casi siempre tienen un coste de oportunidad. Si no, sería mucho más sencillo. Para tomar un camino, inevitablemente, hay que renunciar a otro.

Así pues, voy a posicionarme: YO SÍ RENUNCIO. Renuncio a un trabajo remunerado y a una carrera profesional continuada para asegurarme, no solo de ver crecer a mis hijos, sino de estar con ellos todos los días, en jornada completa, mientras me necesiten al cien por cien. Al menos, hasta que el más pequeño haya empezado la educación infantil.

Y no solo renunciamos las que hemos decidido quedarnos en casa. Muchas de mis amigas que trabajan (o sus maridos) también han renunciado a mucho. Han renunciado a crecer profesionalmente, a buscar trabajos a la altura de su formación y sus capacidades porque sabían que eso les iba a impedir, incuestionablemente, pasar las tardes con sus hijos, dedicarles el tiempo y la atención que ellos merecen y necesitan.

Es más, cuando les pregunto, la mayoría me dicen que lo que las mujeres necesitamos para conciliar son bajas más largas o incentivos para las excedencias por maternidad. Que se valore, desde las instituciones, la importancia de la crianza materna (y paterna, que que los hijos no solo necesitan a sus madres), para que los niños menores de tres años (o de uno, si me apuran), no tengan que quedarse obligatoriamente al cargo de terceras personas si ninguno de sus padres puede permitirse dejar de trabajar durante una temporada. Es decir, que se ponga la familia en primer lugar.

En definitiva, lo que necesitamos la mayoría de madres, y también padres de familia (que esta no es solo una batalla de las mujeres), es tener más recursos para poder quedarnos en casa a ocuparnos de algo que es lo más importante que vamos a hacer en toda nuestra vida, por encima de cualquier otra cosa. Y no que nos den todas las facilidades para tener todo lo que queremos al alcance de la mano.

Una cosa es conciliar y otra pretender ser presidenta de una multinacional y estar cien por cien pendiente de nuestras familias. Con todo mi pesar, señoras, seamos realistas: una de las dos cosas se va a quedar a medias.