Hoy comparto un texto algo más largo, pero creo que vale la pena. Lo esencial es tener presente que no somos personas sin remedio. No desesperemos de nosotros mismos y de quienes nos rodean. El remedio es Cristo. Si somos dóciles, Él nos espera y nos ayuda a volver a su rebaño. Aunque estemos llenos de heridas y dolor, Él nos sube a sus hombros y nos ofrece la Gracia como medicina. Estamos finalizando la cuaresma. La semana de pasión está cerca. En Semana Santa recordaremos el dolor, la traición y la muerte del Hijo de Dios. Pero la muerte de Cristo no es un final, sino un principio. Es una muerte llena de sentido, porque al morir se consumó la redención. 

A veces, nosotros mismos nos sentimos petrificados en momentos de pasión y dolor. El tiempo nos parece eterno y creemos que nada conseguiremos. Perdemos la esperanza y con ello, perdemos de vista las huellas de las pisadas del Señor. La Luz del Espíritu se apaga y la oscuridad del mundo nos aterroriza. No desesperemos. El dolor y el temor pueden terminar. ¿Cómo? La mano de Cristo nos saca del mar que amenaza con ahogarnos. ¿Por qué dudamos? ¿No tenemos verdadera fe? ¿Todavía llevamos viva en nosotros la Semilla del Reino o se ha secado entre piedras y espinos? La Nueva Evangelización necesita de personas que lleven viva la Semilla en ellos. De nada nos valen semillas secas, por muy socio-culturales que sean. Leamos lo que nos dice San Asterio de Amasía: 

Si queréis pareceros a Dios, vosotros que habéis sido creados a su imagen y semejanza, imitad vuestro modelo. Sois cristianos y este nombre significa “amigos de los hombres”: Imitad el amor de Cristo. Considerad los tesoros de su bondad. ¿Cómo acogía a los que se acercaron a Él? Les concedía fácilmente el perdón de sus pecados, los libraba al instante, inmediatamente, de sus sufrimientos. Imitemos la actitud pastoral del Maestro.

Contemplo en las parábolas al pastor de las cien ovejas (Lc 15,4ss) Una de entre ellas se ha descarriado y separado del rebaño. El pastor no se quedó con aquellas que estaban en el buen camino. Se fue a la busca de la descarriada, bajando a los barrancos y precipicios, escalando las cimas rocosas, afrontando intrépido los desiertos hasta que la encontró. Y habiéndola encontrado, sin golpearla ni empujarla con violencia hacia el rebaño, se la echa a los hombros lleno de alegría y la conduce entre sus compañeras, más contento por ella que por todas las demás.

Esta oveja no significa en rigor una oveja cualquiera, ni este pastor un pastor como los demás. En estos ejemplos se contienen realidades sobrenaturales. Nos dan a entender que jamás desesperemos de los hombres ni los demos por perdidos, que no los despreciemos cuando se hallan en peligro, ni seamos remisos en ayudarles, sino que cuando se desvían de la rectitud y yerran, tratemos de hacerles volver al camino, nos congratularemos de su regreso y los reunamos con la muchedumbre de los que siguen viviendo justa y piadosamente.  (San Asterio de Amasía. Homilía nº 13, sobre la conversión)

¿Qué podemos decir del momento histórico y social que nos ha tocado vivir? Podemos decir que no es tiempo sencillo para vivir. La pandemia de COVID ha sido dura. El aislamiento nos ha hecho sentirnos alejados de todo. Las dudas del sentido de esta pandemia nos han ideologizado e incluso, nos han llevado al enfrentamiento entre nosotros. La guerra entre Rusia y Ucrania, nos ha trastocado también. cada cual ve en cada bando un idealismo que es simple política y pantalla de beneficios personales. Nos ha llevado a justificar la violencia y la muerte que no tienen sentido. El mundo vive momentos desesperación, con empobrecimiento, desempleo, medidas políticas sin sentido, subida de precios, falta de alimentos. La convivencia intra-eclesial tampoco es maravillosa. Todos los días leemos enfrentamientos y medidas que causan dolor y nos desesperan. La relación con nuestros hermanos de fe se hace complicada, sobre todo con quienes no tenemos una empatía clara ni formas estéticas comunes. Es fácil desesperar y sentir dolor por la forma en que nos tratamos y despreciamos. Queramos o no, las noticias del mundo y de la Iglesia, se comportan como tormentas que revientan sobre nosotros. Vientos de ideologías en lucha y nos arrastran de un lado hacia el otro. El aguacero frío del enfrentamiento social nos arrastra al fondo del mar de la desesperación. Todo esto nos abate, sin dejarnos una chispa de ánimo para profundizar en el tiempo litúrgico que tanto bien nos podría hacer. 

El texto de San Asterio nos señala algo más importante que la paciencia genérica. Sin duda, tener paciencia con nuestros hermanos está bien, pero hay más. Aparte de rogar para que el Espíritu Santo nos llene de paciencia, oremos para que nos demos cuenta que también nos debemos caridad. ¿Por qué nos debemos caridad? Porque el Señor la tiene con nosotros. Mucha caridad y misericordia. Estamos en deuda con Él y nos pide que la saldemos. ¿Cómo saldamos esta deuda? Es simple de decir, pero terriblemente complicado de hacer: con quienes nos rodean. Ya sabemos en qué se resumen los mandamientos de la Ley de Dios:

…amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Mt 22, 37-39)

Sin duda Cristo amaba a la oveja perdida y la encontró sin escatimar esfuerzo. ¿Haríamos algo semejante? Digo semejante, no igual. Lo diferencio porque seguro que nuestras fuerzas son débiles y necesitan de la Gracia de Dios para hacer la milésima parte de la mitad de lo que nuestros hermanos necesitan. A veces actuamos de forma semejante a Cristo, a veces no somos capaces. 

En estos días cuaresmales, llenos de incertidumbres, debemos ser un poco más pacientes con nosotros mismos y con nuestros hermanos. Paciencia y amor fraternal son condimentos para incluir en el menú de virtudes de esta Cuaresma. No dejar pasar el tiempo cuaresmal sin llamar a la puerta de quien nos necesita. No perdamos la oportunidad de ser herramientas en manos de Dios. Este tiempo es propicio.