¿Cómo se siente una oveja sin pastor? Temerosa de los peligros, hambrienta e incapaz de encontrar pastos adecuados porque se esconde donde nadie la vea, desorientada, triste, llena de dolor y rabia. Cuando nos alejamos del Pastor, Cristo, somos como esa oveja que añora vivir en comunidad y ser conducida por veredas adecuadas, hasta los pastos que necesita. Vivir la fe en soledad conlleva perder el sentido de unidad que nos ayuda a ver a Cristo en los demás. Rechazar vivir la fe en cada acto cotidiano es rechazar ser conducidos por el Espíritu. Rechazar la unidad en Cristo, es vagar por pedregales y sufrir por la infinidad de heridas y enfermedades que nosotros mismo nos buscamos. Rechazar el Pastor que nos lleva a dulces pastos, es morir para la nada y en la nada.

Nosotros, por tanto, enfermos, necesitamos del Salvador; extraviados, necesitamos quien nos guíe; ciegos, necesitamos quien nos ilumine; sedientos, necesitamos de la fuente de la vida: esa de la que quienes beben, nunca más tendrán sed (cf. Jn 4,14); muertos, necesitamos de la vida; rebaño, necesitamos pastor; niños, necesitamos pedagogo; y toda la humanidad necesita a Jesús…

“Curaré lo que está herido, cuidaré lo que está débil, convertiré lo extraviado, y los apacentaré yo mismo en mi monte santo” (Ez 34,16. 14). Ésta es la promesa propia de un buen pastor. ¡Apacienta a tus criaturas como a un rebaño!

¡Sí, Señor, sácianos; danos abundante el pasto de tu justicia; sí, Pedagogo, condúcenos hasta tu monte santo, hasta tu Iglesia, la que está colocada en lo alto, por encima de las nubes, que toca los cielos! (cf. Sal 14 [15], 1; 47 [48], 2-3). “Y Yo seré —dice— su pastor, y estaré cerca de ellos” (Ez 34,23)…

Así es nuestro Pedagogo: justamente bueno. “No vine —ha dicho— para ser servido, sino para servir” (Mt 20,28; Mc 10,45). Por eso el Evangelio nos lo muestra fatigado (cf. Jn 4,6): se fatiga por nosotros y ha prometido “dar su alma [su vida] como rescate por muchos” (Mt 20,28; Mc 10,45). (San Clemente de Alejandría. El Pedagogo, I, 9; SC 70)

¿Qué nos hace andar como ovejas sin pastor? Seguir a falsos pastores que se proponen como segundos salvadores es una de las causas. Otra de las causas es anteponer el mundo a Cristo. No ganamos nada cuando rechazamos lo que somos y creemos. Cuando perdemos el sentido del sacrificio de Cristo, perdemos la brújula que nos guia. Ser bien visto y aplaudido por la sociedad, no nos llevará demasiado lejos.

Cristo, tal como indica San Clemente de Alejandría, es nuestro Pedagogo.

Es decir, Él es quien nos enseña como a niños desorientados y sin experiencia. De hecho somos como niños que necesitan de sus padres para desarrollarse y llegar a la plenitud en su momento adecuado. Necesitamos que el Espíritu Santo nos lleve de la mano, porque nos distraemos con los brillos del mundo. Cristo nos apacienta con el pasto de la justicia, aunque hoy en día sea sospechoso hablar de la verdadera justicia. La justicia que emana de Dios, por lo que los hombre somos incapaces de encontrar, por nosotros mismos, la senda que nos hace justos. La justicia que no nos homogeneiza para hacernos creer que somos uno más de la masa a controlar. La justicia nos hace signos vivos de Cristo en medio del mundo.

Cristo nos mira a cada uno de nosotros tal como somos y ve en nosotros lo que Él desea que seamos.

Cristo nos conduce donde podamos descansar y reencontrar el camino que hemos perdido. Un camino que nos conduce hacia Él, que es también Verdad y Vida. ¿Qué podemos esperar de Cristo? Sin duda que nos conduzca con maestría y amor a cada paso de nuestra vida. Incluso cuando sea necesario andar de noche y escuchemos a los lobos aullar cercanos. Tengamos esperanza en estos tiempos oscuros que nos ha tocado vivir.