El abad, fundador y escritor latino Casiano (siglo IV-V), cuenta que un monje, alto y robusto, fue a visitar al abad Serapión.

Por su hábito, sus actitudes y sus palabras mostraba gran humildad y menosprecio de sí mismo. Se acusaba de ser un gran pecador y no quería sentarse sino en el suelo.

El abad Serapión, después de haber comido, comenzó a tratar algunos temas espirituales, como tenía costumbre.

Con mucho amor y mansedumbre el abad dijo al monje llegado que «procurase residir en su celda y trabajar con sus manos para comer, conforme a la regla de los monjes. Y que no anduviese ocioso discurriendo por las celdas de los demás».

El monje sintió tanto que el abad le hubiera dicho aquello, que no pudo disimular su sensibilidad herida y su contrariedad, y así lo mostró exteriormente en el semblante.

Entonces el abad Serapión le dijo:

«¿Qué es esto, hijo? Hasta ahora nos decías de ti mismo todos los males y querías ser el último de todos y te mostrabas tan humilde externamente... Y ahora, sólo con unos avisos que no contienen ninguna injuria sino mucho amor y caridad, avisos que son para el bien de todos, no lo has podido disimular...»

San Gregorio decía:
- «Muchas veces lo que parece humildad es soberbia grande».

La Sagrada Escritura dice: «Hay algunos que se humillan fingidamente, y allá en lo interior su corazón está lleno de soberbia y engaño» (Eclo 19,23).






Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.