Sin duda, cada enfoque distinto al nuestro -siempre y cuando contribuya a la construcción de la paz- puede enseñarnos cosas muy valiosas. Hay que saber aprender del otro; sin embargo, sucede algo un tanto inquietante, cuando citamos a toda clase de sabios orientales y occidentales, pero nunca o muy rara vez a Jesucristo. ¿Por qué? Quizá nos engañamos, pensando que es cosa de fanáticos, pero ¿acaso hay que esconder nuestra fe? Se trata de compartirla. Desde luego, no mandando cadenas a los celulares, sino conociendo lo que somos y, al mismo tiempo, lo que nos toca hacer en medio del mundo.

“Fulano de tal. Maestro de meditación”, ajá, pero ¿qué tal hablamos del Espíritu Santo?, ¿profundizamos en él?, ¿nos tomamos el tiempo de darlo a conocer de forma comprensible, amena? Es verdad que no solamente debemos citar a los nuestros, pues personajes de la talla de Nietzsche, con todo y su crítica al cristianismo, tienen frases interesantes. Por ejemplo, “la vida sin la música sería un error”. Hasta ahí, todo bien, perfecto, pero cuando perdemos el rumbo, es fácil acomodarnos a pensamientos abstractos, por ser “políticamente correctos”. No se trata de provocar, de complicar más la vida en el mundo, pero sí de saber sostener, argumentar y, sobre todo, vivir la fe que hemos aceptado. Hacerlo, libres de complejos.

Los padres de la Iglesia; es decir, aquellos que forman la patrística, son un tesoro que sigue siendo actual. ¿Qué tanto sabemos de ellos?, ¿no hemos pensado que muchas de las dudas que los jóvenes tienen sobre la fe podrían aclararse con sus escritos? Sin embargo, a veces, se prefiere dejar a San Agustín en las sombras, para citar a un desconocido que quizá haya vivido con coherencia, pero que no se atrevió a escribir cosas profundas, ¡fuertes! Hay que despertar, valorar lo propio y, lejos de imponerlo, proponerlo con sencillez. ¿Cuántos libros hemos leído de Benedicto XVI? Pero ¿qué tal citamos a diestra y siniestra pensamientos superficiales? Cada uno, debe responderse. Valorar la diversidad, pero desde la propia identidad. La fe ha dado rumbo, horizontes a nuestra vida. Por lo tanto, hay que compartirla.