Verdad o realidad. Falsedad o verdadero. Es curioso que la Iglesia actual tiende a dar más valor a la realidad personal que a la Verdad, que es Cristo. Estamos enfermos de relativismo y nominalismo, pero nos sentimos pletóricos. ¿Por qué? Por muchas razones, todas ellas de tipo acomodaticio respecto del mundo. Porque podemos aparentar que repartimos misericordia y por lo tanto parecemos ser, al menos, tan buenos como Dios. Podemos dejar de lado la justicia, porque la complicidad nos permite olvidar la Verdad. Sin Verdad la misericordia no tiene sentido. 


He leído un par de declaraciones de prelados de importancia, que evidencian lo vivo que está este discurso dentro de la Iglesia. La primera es del Cardenal alemán Marx en Lifesitenews: "Aquí con nosotros [en Alemania] y en muchas partes del mundo, las realidades de la vida de muchos fieles no siempre están de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia". y por ello él y otros prelados proponen "la conservación de la enseñanza actual sobre la indisolubilidad del matrimonio, mientras que al mismo tiempo buscan formas independientes de actuar desde el punto de vista pastoral". Entiéndase que se buscan estrategias de actuar contra la doctrina y Tradición de la Iglesia, utilizando la trampa de la pastoral y la misericordia aparente. Para ello utilizan la realidad personal como sinónimo de Verdad. 

En la revista “La Civiltà Cattolica” hay otra entrevista interesante. En ella el arzobispo de Viena, cardenal Schönborn, hace un llamamiento a respetar las uniones del mismo sexo y protegerlas a través del derecho civil, utilizando el mismo argumento de la realidad. Plantea la separación entre la doctrina y la labor pastoral, abogando por “romper los libros” y “dejar de mirar en los incunables” y descender a la “realidad cotidiana de las personas”. “Tenemos que leer la Palabra de Dios en la realidad, entre las líneas de la vida y no sólo entre las líneas de los incunables!” 

Veamos lo que nos indica sobre el asunto Benedicto XVI: 

La Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo. De esto tenemos especial necesidad en nuestros días, en los que muchas cosas en las que se confía para construir la vida, en las que se siente la tentación de poner la propia esperanza, se demuestran efímeras. Antes o después, el tener, el placer y el poder se manifiestan incapaces de colmar las aspiraciones más profundas del corazón humano. En efecto, necesita construir su propia vida sobre cimientos sólidos, que permanezcan incluso cuando las certezas humanas se debilitan. En realidad, puesto que «tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo» y la fidelidad del Señor dura «de generación en generación» (Salmo 119, 89-90), quien construye sobre esta palabra edifica la casa de la propia vida sobre roca (cf. Mateo 7,24). Que nuestro corazón diga cada día a Dios: «Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu palabra» (Salmo 119,114) y, como san Pedro, actuemos cada día confiando en el Señor Jesús: «Por tu palabra, echaré las redes» (Lucas 5,5). (Benedicto XVI. Verbum Domini. 10).

El realismo que nos indica Benedicto XVI parte de la verdad, que es el Verbo de Dios. “Realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo” Quien reconoce la Verdad sabe la referencia y la voluntad de Dios. Cuando se conoce lo que Dios quiere de nosotros, podremos humildemente pedir que la Gracia de Dios haga posible lo que no podemos por nosotros mismos. Esa es la maravillosa misericordia de Dios, el don que nos permite recobrarnos de cada una de las caídas y seguir adelante día a día. La Gracia que da sentido al sufrimiento a través de la santidad. 

¿Es la realidad personal la medida de todas las cosas? ¿Es la Piedra Angular, la Puerta del redil, el Yugo que hace llevadera la vida, el Camino, la Verdad y la vida? Hay que tener cuidado. Existen realidades personales verdaderas y falsas. Algo muy real puede ser una tremenda mentira, como todo lo que nos ofrece la ideología de género: aborto, transexualidad, multisexualidad, cohabitación, promiscuidad, etc. Es evidente que podemos sufrir realmente por causas falsas, pero la solución no está en cambiar lo que evidencia la mentira que nos hace sufrir, sino aceptar la Verdad que nos da la libertad. 

Cristo no pide que construyamos nuestra vida sobre El, la Roca: “quien construye sobre esta palabra edifica la casa de la propia vida sobre roca”. Quien construye sobre su realidad personal, se sentirá más cómodo y seguro. No tendrá que negarse a sí mismo ni tomar la cruz que Dios le ha dado. Solicitará que la las demás realidades de su entorno se ajusten a su realidad personal, porque “tiene derecho” a no sufrir. Solicitará misericordia, que al no partir de la Verdad, será realmente complicidad. 

Como indica inspiradamente Benedicto XVI la solución está muy cerca: “Que nuestro corazón diga cada día a Dios: «Tú eres mi refugio y mi escudo, yo espero en tu Palabra» (Salmo 119,114)”. Palabra, que Cristo.