Hace unos meses, vi una caricatura que, entre sus personajes, contaba con un creyente dentro del grupo, de la trama. ¿Cómo lo mostraban? Entre cursi y pesado. Es decir, del que los demás huyen para evitar tener que escuchar un sermón moralista o invitación a participar en asociaciones y/o actividades aburridas. Al principio, lo tomé con un cierto grado de malestar, pero luego me puse a pensar qué tanto somos responsables de los estereotipos que nos atribuyen y que, desde luego, dan una impresión equivocada, olvidando el valor del cristianismo en la cultura. Los problemas que muchas veces tenemos al momento de proponer nuestra fe en los diferentes escenarios de la vida social, se deben a un déficit de asertividad e inteligencia emocional que hay que ir superando. Por ejemplo, al responder de forma visceral ante preguntas bien elaboradas que nos ponen en jaque. Sin duda, el Papa Francisco, es un claro ejemplo de lo que significa ser alguien asertivo, inteligente, capaz de incidir, de estar cerca y mantener el equilibrio ante una realidad diversa, complicada. Lo ha hecho en su viaje apostólico a los Estados Unidos de América. Su discurso en el Capitolio, consiguió encajar tanto en el enfoque demócrata como en el republicano, sabiendo conservar claramente la identidad que le corresponde como sucesor de Pedro. ¿Por qué tantos aplausos? Sin duda, la respuesta está en su empatía. Tocó temas fuertes, como el drama de tantas personas que dejan su país en busca de un futuro mejor, pero supo hacerlo de un modo comprometido y, al mismo tiempo, propositivo. No se puso en plan de experto, sino de alguien que promueve la Doctrina Social de la Iglesia.

¿La gente nos huye o tiene la confianza de platicar con nosotros? Todos debemos cuestionarnos para saber qué tan asertivos somos; especialmente, al momento de proponer la fe que buscamos poner en práctica como una respuesta concreta a los retos del siglo XXI. El Papa Francisco –como diríamos en México- “cae bien” y esto no significa que sea una persona relativista o preocupada por su imagen, pues sabe poner sobre la mesa las cosas tal y como son. Tiene buen modo y eso hace que sus palabras sean valoradas. Hay que aprender del Papa, de la capacidad que tiene para comunicar y despertar consciencias.

Jesús también era asertivo, alguien que hablaba fuerte y claro, pero que sabía cómo llegar a las personas, entendiendo las costumbres, el contexto en el que se desenvolvía. No es lo mismo hablar de Dios en la periferia que en la ciudad, porque la gama de inquietudes varía de una realidad a otra. En ambas partes, hay que trabajar, pero entendiendo la vida de los destinatarios. Llegar con una cara larga o llenos de gestos prepotentes, nada tiene que ver con evangelizar. Más bien, se trata de complejos o aires de superioridad que distan mucho de la fe. Lo importante, aquello que no debe faltar es la sencillez al hablar, al comunicar. Escuchemos con atención al Papa Francisco y, desde ahí, demos un salto cualitativo que nos facilite las cosas, el trato con los demás, sabiendo dialogar desde la propia identidad cristiana que hemos recibido.