La fecha ha pasado relativamente desapercibida. El centenario, el cuarto, se produjo el 9 de abril, y el evento no fue otro que la expulsión de los últimos moriscos existentes en España desde que en 711, con la entrada por Gibraltar de Tarik, diera comienzo en la península la presencia musulmana. Y es que contrariamente a lo que pueda pensarse, la conquista de Granada en 1492 no supuso la erradicación de España ni del islam ni de sus practicantes, los cuales permanecieron en nuestro país durante más de un siglo aún. Tratábase de una colectividad dedicada a la agrícultura y a algunas artesanías, establecida principalmente en el sur y en Levante, y económicamente muy eficiente, que halló valedores en importantes sectores sociales, como, v.gr. la aristocracia aragonesa. Lo que no obsta para que no fuera también fuente de conflictos, y no sólo los esperables de su diferentes costumbres y culto, sino los derivados de la simpatía que de manera tan lógica como inevitable, profesaban por los que constituían algunos de los más importantes enemigos de la Corona española, así turcos, piratas berberiscos, etc.

            La expulsión no fue repentina. Tanto Carlos I en 1528 como Felipe II en 1571 emiten concordias que otorgan plazos a los moriscos para su conversión y la homologación de sus costumbres. La convivencia no fue posible y finalmente, en 1609 el rey Felipe III promulga el edicto que supondrá la expulsión de unos 300.000 moriscos. Como ya había ocurrido con los judíos más de un siglo antes, no todos marcharon sin embargo, y muchos se quedaron mayor o menormente asimilados.
 
            La expulsión de los moriscos es un hecho importante de nuestra historia. Eventos como ése nos han hecho a los españoles lo que somos. En otras palabras, de no haberse producido, no habríamos sido ni mejores ni peores, habríamos sido otra cosa, no habríamos sido. Ante fecha como la que comentamos, muchos se rasgarán las vestiduras: ¡una razón más por la que pedir perdón! ¿cabe alegría mayor? En los tiempos que corren, no puedo imaginar una conmemoración en España que no pase por la expiación pública y la indecorosa exposición de nuestras vergüenzas. Si expulsamos como si fuimos expulsados, de todo somos culpables para muchos compatriotas que no asumen nuestra historia, su historia, con sosiego. Pero la historia no se puede cambiar, y menos por ley como pretenden algunos; tan sólo podemos conocerla, asumirla y analizarla. Bastante será si nos sirve para obtener conclusiones, bastante será si nos sirve para hacerlo mejor en adelante.