- «Un domingo, oyendo misa, en el momento que el celebrante dice: "Daos fraternalmente la paz", instintivamente me volví hacia la persona que tenía a mi lado para darle la paz.
En aquel momento me di cuenta de que aquella persona había saqueado y expoliado mi casa durante la guerra civil.
No obstante, a la invitación de darnos la paz, se la di de todo corazón.
Pienso y estoy segura de que a ella le resultó mucho más difícil recibir el perdón y la paz, que, por mi parte, ofrecérselo», me contaba Montserrat Cabutí.


J. García Nieto, quien se resistió siempre a ser «hijo de la ira», escribió:
«Gracias, Señor, por haberme dejado sin heridas en el alma y en el cuerpo, por haberme dado salida sin odio... Yo sé lo que es amor; yo sé qué es perdonar; de lo demás no sé.» Es el evangelio puro y duro.

«No aceptarlo todo, pero comprenderlo todo.
No aprobarlo todo, pero perdonarlo todo», escribe Leseur.

 
«Perdona para que se te perdone.
Olvida para que se te olvide», aconsejaba san Isidoro.


«Nada nos asemeja más a Dios que el estar siempre dispuestos a perdonar», enseñaba san Juan Crisóstomo.


Y es que saber perdonar no se improvisa. Requiere bondad, dimensión y entrenamiento espiritual, y sobre todo poner en práctica el perdón cristiano, el mandamiento del amor.





Alimbau, J.M. (1998).  Palabras para momentos difíciles. Barcelona: Ediciones STJ.