Lo habitual es la lucha, el día a día,
el curar las heridas, la batalla de la monotonía,
el cansancio del corazón, el hablar a solas
con Dios, pasando la mopa por el pasillo.
Esas cosas. Enamorarse de su amor
mientras te gritan o se enfadan contigo
por algo que no entiendes todavía.
Enamorarse del Altísimo cuando subes
las escaleras de casa con la compra
porque el ascensor se ha averiado de nuevo,
o cuando el aceite hierve en la sartén y miras
de reojo las travesuras de tus hijos.
 
 
Lo habitual son todos esos sucesos anodinos.
(Sacar la basura puede ser el acto de amor más perfecto).
Y descubrir a Dios en el desorden del alma
-digo, de casa-
o mientras tomas el aperitivo
en el brillo de sus ojos.