Quiero compartir una reflexión basada en el episodio evangélico de la Hemorroisa. Una mujer que se atreve a tocar la túnica del Señor y ve curada su enfermedad. La Esperanza nos lleva a ser atrevidos y saltarnos las normativas, reglas y costumbres que nos dan seguridad y también nos limitan. ¿Cómo reacciona Cristo ante esto? Primero pregunta sobre "quién ha sido" a sus Apóstoles, que quedan desconcertados y sin saber qué contestar. Luego la muchedumbre se paraliza porque prevé que va a ocurrir algo y teme participar de lo que pueda ocurrir. La mujer, llena de humildad se presenta ante el Señor y confiesa que ha sido ella. Seguramente todos esperaban que Cristo se enfadara y castigara a la atrevida mujer. Todo lo contrario. Entiende la naturaleza humana y acoge el sufrimiento que cada uno de nosotros lleva consigo.

Entonces la mujer, temerosa y temblando, dándose cuenta de lo que le había sucedido, vino y se postró delante de Él y le dijo toda la verdad. Y Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz y queda sana de tu aflicción (Mc 5, 33-34)

¿Fe? La mujer sabía que tocar la túnica de Cristo era la forma de llegar a Él. Quizás era el único camino que no se le había cerrado. La mujer tenía la certeza y desafió su condición de “apestada”. Recordemos que los flujos menstruales se hacían a las mujeres impuras. Una mujer con flujos constantes era repudiada sin posible remisión.

Preguntémonos por la reacción que tendríamos si una persona “indeseable” nos tocara para llamar nuestra atención. ¿Qué actitud tomaríamos? Seguramente nos sería la actitud de Cristo. Pero podemos ver más cuestiones interesantes en este episodio. San Agustín lo relata claramente:

Voy a mostraros quién me ha tocado: la fe me ha tocado; ella consiguió con su tacto que saliera de mí el poder. Allí donde no estuve, donde no recorrí sus caminos, donde no nací, allí creyeron en mí: El pueblo que no conocí me sirvió. ¡Qué tocar! ¡Qué creer! ¡Qué exigir! Y esto por obra de una mujer fatigada por sus flujos de sangre, igual que la Iglesia, afligida y lastimada en sus mártires por el derrame de sangre, pero llena de las virtudes de la fe. Antes gastó sus bienes en médicos, es decir, en los dioses de los gentiles, que nunca pudieron curarla; Iglesia a la que el Señor no mostró su presencia corporal, sino espiritual. Ahora ya se conocen la mujer que lo tocó y el hombre tocado. Más para enseñar a tocar a aquellos que necesitaban conocer la salvación dijo: ¿Quién me ha tocado? Y los discípulos le replicaron: La muchedumbre te apretuja y tú preguntas: «¿Quién me ha tocado?» Preguntas quién te ha tocado, como si te hallaras en un lugar elevado, donde nadie te toca, siendo así que la muchedumbre te apretuja. Dijo el Señor: Alguien me ha tocado; ha sido mayor la sensación de la única que me ha tocado que la de la muchedumbre que me apretuja. La muchedumbre sabe apretujar fácilmente. ¡Ojalá supiera tocar! (San Agustín. Sermón 375C, 6)

Resumamos lo que nos indica San Agustín e intentemos aplicarlo a la Iglesia del siglo XXI:

Ojalá seamos capaces de empezar a ver a Cristo como Luz, Centro y Camino. Sólo entonces dejaríamos atrás todos los respetos humanos y nos centraríamos en tocar Su túnica. ¿Qué pasará si lo conseguimos? La Fe nos dice que no nos preocupemos por lo que tenga que suceder. Lo importante es llegar a Cristo. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna." (Jn 6, 68)