Al  constatar el hecho de que la violencia cada vez comienza a una edad más temprana, me vino a la memoria el título del libro de Javier Paredes “Santos de pantalón corto”. Es verdad que hay gente menuda buenísima, modelos para los mayores. Pero es una triste realidad que estamos asistiendo en nuestros días a esa vergüenza social que se llama delincuencia infantil y juvenil. Muchos casos lo constatan: desorden en las aulas, barbarie en las calles, crímenes horrendos, atrocidades irracionales, faltas graves de educación y respeto…

                Todos recordamos algunos de los delitos inhumanos de los últimos años. Muy de cerca me tocó el  horrible crimen del joven de la catana, capaz de matar a toda su familia. Ya está en la calle.  Recordamos el homicidio cometido por unas chicas de Cádiz contra una compañera. En el caso de la joven Marta de Sevilla ya involucran a un menor. ¿Qué está pasando? ¿Cómo se explica el fenómeno de la maldad en unos corazones tiernos? Encuentro cierta explicación, que no justificación, en el famoso psiquiatra Luis Rojas Marcos: “La agresión maligna no es instintiva, sino que se adquiere, se aprende. Las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan y se desarrollan durante la infancia y comienza a dar sus frutos malignos en la adolescencia. Estas simientes se nutren y crecen estimuladas por los ingredientes crueles del medio hasta llegar a formar una parte inseparable del carácter del adulto… La violencia constituye una de las tres principales fuentes del poder humano; las otras dos son el conocimiento y el dinero…” (“Las semillas de la violencia”, Espasa Calpe, pág. 15).
                Según este estudio, que merece plena confianza, debemos concluir que, si la violencia se siembra a una temprana edad, somos todos responsables de esa siembra, que pronto dará frutos amargos de crueldad y sadismo. Y este fenómeno nos debe plantear la cuestión grave de la influencia que estamos ejerciendo en los niños y en los jóvenes. Las familias desestructuradas, las desavenencias de los padres, los mensajes explícitos y subliminares que llegan a la mente de manera exuberante, los medios de comunicación que indiscriminadamente bombardean a esas personalidades sin formar, el escándalo salvaje,  el afán de protagonismo, la ambición de poder, la impunidad en muchos casos de los delitos que se cometen en la infancia, la actitud negativa de los mismos padres que plantan cara a la autoridad de maestros y profesores para complacer a  sus hijos, la falta de formación, y la misma deformación moral debido a la ignorancia o a la mala educación recibida en los centros de enseñanza…
 
                No hace mucho llamaba yo la atención a un grupo de chavales que había incurrido en un allanamiento de morada. Cuando les pregunté si no tenían miedo a que los pudiese descubrir la policía, me dijeron rotundamente que no, ya que eran menores de edad y no podían hacerle nada. Y esos menores de edad, que son perfectamente conscientes del mal que hacen, parecen gozar del privilegio de sus discutibles derechos, y del permiso para delinquir. Son los que llamo delincuentes de pantalón corto.
                “La crueldad ha marcado la faz de la humanidad con cicatrices indelebles, ha impregnado nuestra identidad y ha configurado gran parte de nuestra historia. Los malos tratos en la intimidad del hogar, la esclavitud de los celos, la ruina de la violación sexual, el terror del crimen violento, el sadismo gratuito, la furia de la venganza y la autodestrucción desesperada nos azotan con machacona regularidad” (o.c. pág. 16). Y a todo ello hay que añadir la pérdida del temor al castigo. Como no se valora la vida no importa lo que pueda pasar después. Y si lo que pueda pasar después se reduce a un simple tirón de orejas, si es que se da, pues a delinquir, que me divierte y me sale barato. Los niños y adolescentes se han aprendido muy bien la lección de que los menores de edad no son responsables de nada. Y ellos mismos, o inducidos por otros, se atreven a todo sin miedo. Ya nos cuentan las crónicas de la utilización de los niños para llegar impunemente a donde no lo puede, o no se atreve, hacer el adulto. Desde los niños rata que se cuelan por cualquier rendija, pasando por la Intifada palestina, y llegando a inducir a un chaval a auto inculparse autor del crimen de la joven Marta de Sevilla. Siempre habrá más indulgencia para ellos. Y los mayores sin conciencia también se divierten con los programas basura que sirve de pasto envenenado al pueblo aborregado.
 
                En este contexto habrá que comprender que a una menor se le permita abortar. Según los promotores del proyecto legislativo no cometen delito. No nos extrañe entonces que estemos fabricando en serie futuros violentos  que nos amarguen la vida. Eso sí, que no se les ocurra azuzar a un lince, que se les puede caer el pelo.