El ambiente influye en la educación de las personas. Lo dicen los psicólogos y, por supuesto, el sentido común. No se trata de construir familias a puro “pan y agua”, sino de saber distinguir entre lo esencial y lo accesorio, aquello que quizá no sea malo pero que tampoco constituye un gasto de primera necesidad. Por ejemplo, pedir tres platos en un restaurant, sin considerar el tamaño de las raciones y terminar por desechar el 80%. En algunos sectores, es “cosa de hombres” soportar grandes cantidades de comida. Dicha mentalidad, además de absurda, provoca que los niños, adolescentes y jóvenes se desconecten de la realidad y juzguen a través de criterios superficiales, aparentes. El día de mañana, llegan a un cargo público, y ¿quién nos asegura que no aplicaran el mismo sistema con el erario?

La solución, como ya dijimos antes, no pasa por caer en una economía familiar desmedida, paupérrima, sino de mayor sentido y consideración. Entre otras cosas, evitando gastar lo que no se tiene. El crédito, bien empleado, permite dar pasos, asegurar la construcción de un patrimonio, pero también puede resultar engañoso si falta la conciencia en el uso y manejo de los recursos. Con mayor razón, si se trata de una familia católica, pues no es compatible ir a Misa los domingos y, al mismo tiempo, caer en el despilfarro. No tiene nada de malo optar por un buen restaurant, pero de eso a comer sin límite, hay gula de por medio.

El proceso de aprendizaje; sobre todo, en los años de la infancia, es por imitación. Los niños reproducen lo que ven. Por esta razón, el ejemplo de los papás tiene una relevancia especial. La única manera de formar jóvenes con criterio, es generar un ambiente familiar en el que se valoren las cosas. A veces, se fomenta la irresponsabilidad desde casa: “le dieron auto nuevo y a los tres días lo hizo pérdida total por venir borracho, pero ya la compraron otro que está mejor”. Dicho enfoque, deshumaniza. Hay una relación estrecha entre ser un mal esposo o esposa con el despilfarro, porque se crece en lo que el Papa Francisco ha llamado “cultura del descarte”. Ciertamente, el haber sido mal educado de niño, no es un pretexto para continuar en la misma línea, pero todo influye a la hora de la prueba.

Aunque es bueno fomentar el empleo, ¿de verdad se necesita un ejército de empleadas domésticas para cuidar a un solo niño?, ¿no sería mejor que los papás pasaran más tiempo con él? Necesitamos un cambio; sin embargo, no se dará por “generación espontánea”. Hay que hablar claro y, desde ahí, sumar esfuerzos para que la familia, como célula básica de la sociedad, contribuya a formar hombres y mujeres íntegros.