El Papa ha visitado tres naciones latinoamericanas, en las que ha sido acogido por el pueblo fiel con auténtico entusiasmo. También recibió esa acogida San Juan Pablo II. No se trata, pues, de algo único o que los católicos latinos reserven a un Papa que pueden sentir más cercano por el sitio donde nació. Expresar de forma cálida el afecto que se lleva en el corazón es tan natural en aquellas tierras, que lo raro hubiera sido lo contrario.

Además de ese calor, que es muy importante, en un viaje papal hay que destacar los mensajes y la capacidad de los católicos de acogerlos y de llevarlos a la práctica. Aún recuerdo el impacto que provocaron en mí y en muchos otros aquellas palabras de San Juan Pablo II en Madrid, cuando nos pedía que no nos dejáramos arrinconar en las sacristías y que saliéramos a la calle. Le escuchamos y desde entonces entendimos que la calle es también nuestra.

Ahora la Iglesia latinoamericana, y en especial el Episcopado de los tres países visitados, tiene el deber de meditar sobre lo que el Papa les ha dicho, hacérselo entender al pueblo de Dios y obrar en consecuencia. El éxito o el fracaso de un viaje se mide ahí, sobre todo. Ahora, pues, es tiempo de reflexión, de organización y de preparar la cosecha, después de la siembra extraordinaria llevada a cabo por el Pontífice. Si no, todo se quedará en un "efecto suflé", que es muy frecuente en aquellas latitudes.

Pero, mientras tanto y por desgracia, de lo que todos hablan es de anécdotas, de frases dichas de pasada y que no tenían nada que ver propiamente con el viaje. Sería lamentable que esta visita apostólica pasara a la historia, por ejemplo, como la del regalo del crucifijo en forma de hoz y martillo que Evo Morales le dio al Papa; si eso oculta todo lo demás, realmente Evo le habrá robado al Santo Padre no sólo el protagonismo sino el viaje entero. Lo mismo se puede decir si la atención se fija en lo que dijo en el avión sobre la situación de Grecia o incluso sobre la salida de Bolivia al mar. Es una lástima que de la Jornada Mundial de la Juventud de Río lo que la mayoría recuerde fue que en el avión el Papa dijo aquello de "quién soy yo para juzgar a nadie", o que del viaje a Sri Lanka y Filipinas lo que haya quedado es la comparación de las mujeres que tienen muchos hijos con las conejas. Para todo eso no hacía falta irse tan lejos.

Es hora, pues, de leer con calma los mensajes del Papa, separar el grano de la paja y quedarse con lo esencial y, sobre todo, practicarlo. Yo me quedo con una cosa: una fe sin obras es una fe muerta. Es una frase del apóstol Santiago que el Papa ha dicho estos días. Las obras, por supuesto, son las de la paz y la justicia y no las de la violencia y demagogia marxista.