El gran médico Maimónides visitaba enfermos pobres, gratuitamente. Un día se presentó uno, ya habitual, con un horrible carácter. Se le citó para el día siguiente y el hombre, lleno de cólera, buscó vengarse.

Un día en que el médico acompañaba al rey en su carroza, les salió al encuentro aquel hombre vengativo y profirió insultos contra el Maimónides, contra su fe y contra su religión...

El monarca no aguantó más. Ordenó a Maimónides que le arrancara - a aquel insolente y desagradecido- su corazón.

De vuelta a casa, Maimónides buscó al pobre. Le dio dinero. Le hizo llegar cada día la leche que tenía que tomar; le pagó el alquiler de la casa y le regaló los medicamentos que necesitaba. Y el hombre iracundo... se ablandó, cambió.

Pasado un tiempo, el rey iba en su carroza y le acompañaba el médico Maimónides y les salió al encuentro el mismo sujeto. Esta vez comenzó a proferir alabanzas y bendiciones sobre Maimónides y su religión...

 - ¿No es éste el que te insultó y lo que te ordené le arrancan el corazón?

- Sí, mi señor rey -respondió Maimónides.

- ¿Por qué no obedeciste, no cumpliste mi orden?

- Mi señor, sí he cumplido lo que me ordenaste. Le he despojado de un corazón amargado, insolente, lleno de rencor y le he dado un corazón bondadoso, lleno de paz, y de bien.

El rey miró a su médico Maimónides. Se echó a reír, y añadió:


- ¡Así que también se puede operar sin bisturí... el corazón!