La evangelización o la nueva evangelización está llamada a desarrollarse en los nuevos territorios de misión, pero éstos no están lejos, en tierras lejanas o desconocidas, sino que es terreno de misión las viejas cristiandades europeas, Europa misma, antaño evangelizadora, pero hoy post-cristiana.
 
 
Hacerse ilusiones o vivir con la presunción de que Europa misma ya está evangelizada, es negarse a ver la realidad. Quedan muchas expresiones cristianas que han dado origen a la cultura europea; quedan costumbres y tradiciones de orígenes cristianos vividas hoy sin relación a su origen y sentido, teñidas de folclore, salvadas siempre las excepciones (procesiones, romerías, primeras comuniones, bodas...). Pero un nuevo paganismo, el de la secularización, ha barrido Europa entera. Aquí y ahora, estamos en tiempso de evangelización, y las culturas occidentales en general son hoy terreno de misión y evangelización.
 
 
Benedicto XVI, al crear el Consejo Pontificio para la promoción de la Nueva Evangelización, analizaba la situación de Occidente:
 
"Por tanto, haciéndome cargo de la preocupación de mis venerados predecesores, considero oportuno dar respuestas adecuadas para que toda la Iglesia, dejándose regenerar por la fuerza del Espíritu Santo, se presente al mundo contemporáneo con un impulso misionero capaz de promover una nueva evangelización. Esta se refiere sobre todo a las Iglesias de antigua fundación, que viven realidades bastante diferenciadas, a las que corresponden necesidades distintas, que esperan impulsos de evangelización diferentes: en algunos territorios, en efecto, aunque avanza el fenómeno de la secularización, la práctica cristiana manifiesta todavía una buena vitalidad y un profundo arraigo en el alma de poblaciones enteras; en otras regiones, en cambio, se nota un distanciamiento más claro de la sociedad en su conjunto respecto de la fe, con un entramado eclesial más débil, aunque no privado de elementos de vivacidad, que el Espíritu Santo no deja de suscitar; también existen, lamentablemente, zonas casi completamente descristianizadas, en las cuales la luz de la fe está confiada al testimonio de pequeñas comunidades: estas tierras, que necesitarían un renovado primer anuncio del Evangelio, parecen particularmente refractarias a muchos aspectos del mensaje cristiano" (Benedicto XVI, Carta apostólica Ubicumque et semper).
 
Se ha de recuperar el impulso misionero aventurándose a transitar nuevos caminos para llegar lejos, a quienes están de vuelta del cristianismo y que creen conocerlo. Mantenerse en unas pocas acciones pastorales sin una visión más amplia, tal vez conserve algo, pero no recupera nada.
 
La variedad de situaciones es grande, desde luego, y no se puede ser simplista. En este campo secularizado de Occidente, también existen comunidades fervorosas y firmes en la fe; en otros casos, aun existiendo el tejido eclesial ampliamente, la secularización ha penetrado dentro adaptándose a la mentalidad moderna y vaciando el Evangelio; en otras situaciones, la Iglesia apenas ha sido implantada niha crecido. 
 
El Espíritu Santo crea realidades nuevas y alienta los pasos. Crecen comunidades nuevas, otras recobran un pequeño impulso perdido; en personas concretas, el Espíritu despierta la vocación a la santidad, a otros le descubre la oración, a otros los lleva por caminos de formación nuevos...; el Espíritu Santo sugiere, ofrece perspectivas nuevas, y no cesa de trabajar, aunque la mies sigue siendo abundantísima.
 
La acción de la Iglesia es evangelizar y una nueva evangelización, tomada en serio, interpelando lo que hacemos y lo que somos, es necesaria.
 
"La diversidad de las situaciones exige un atento discernimiento; hablar de «nueva evangelización» no significa tener que elaborar una única fórmula igual para todas las circunstancias. Y, sin embargo, no es difícil percatarse de que lo que necesitan todas las Iglesias que viven en territorios tradicionalmente cristianos es un renovado impulso misionero, expresión de una nueva y generosa apertura al don de la gracia. De hecho, no podemos olvidar que la primera tarea será siempre ser dóciles a la obra gratuita del Espíritu del Resucitado, que acompaña a cuantos son portadores del Evangelio y abre el corazón de quienes escuchan. Para proclamar de modo fecundo la Palabra del Evangelio se requiere ante todo hacer una experiencia profunda de Dios.
 Como afirmé en mi primer encíclica Deus caritas est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (n. 1). De forma análoga, en la raíz de toda evangelización no hay un proyecto humano de expansión, sino el deseo de compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos partícipes de su propia vida" (ibíd.).
 
Retengamos entonces algunos principios:
 
a) es necesario, urgente, emprender la nueva evangelización aquí y ahora, para las sociedades actuales imbuidas de la cultura occidental,
 
b) se hará con una profunda experiencia de Dios, partiendo de Dios,
 
c) abriéndose a la acción del Espíritu Santo y por tanto, siendo receptivos a los signos que el Espíritu ofrezca
 
d) sabiendo humildemente que no hay fórmulas predeterminadas para evangelizar, ni un único método que queramos siempre imponer a los demás (tal vez porque fue el método de la propia experiencia cristiana), sino en la pluralidad de carismas y formas de la Iglesia.