Sólo nos queda un bastión: la familia. Ultimo baluarte que le resta a la milenaria civilización forjada en el respeto a la dignidad y a la libertad del hombre como criatura de Dios. El totalitarismo, con su nuevo uniforme de ingeniero social, más bien, ingeniero de almas, tiene a la familia en su punto de mira. Ha declarado contra ella guerra sin cuartel. Pero la familia, como roca sólida y aguerrida, soporta cualquier embestida. Herrera Oria tiene escrito que sobre familias estables puede alzarse la fortaleza de una nación y una sólida constitución social. Donde la familia permanece sana, la sociedad puede reconstruirse a pesar de haber sufrido quebrantos, ya que los cimientos están firmes. Pero donde la familia se disuelve, la sociedad, sea cual fuere su aparente solidez, está amenazada de próxima ruina. ¡Qué gran tesoro representa la familia en esta hora del mundo! El totalitarismo de nuevo rostro sabe que para alcanzar el control absoluto de una sociedad, antes debe dinamitar el reducto de amor, humanidad y libertad que representa la familia. La batalla de hoy se libra en los nuevos campos de la cultura. El enemigo ha diseminado agentes destructores como la Educación para la Ciudadanía (EpC) y la Píldora del Día Siguiente (PDS). El fin último de éstos consiste en arrebatar a los padres los derechos que ostentan sobre sus hijos. El Estado se arrogará entonces las potestades familiares y acabará por erigirse en educador y formador supremo. Pura ideología será la que delimite el bien y el mal. Y otra vez, el hombre, sin Dios, ante el abismo.