Entre los "ingredientes" de la liturgia, los elementos que conforman el culto cristiano, hay uno que ayuda realmente a la participación en la Santa Misa y en la liturgia en general: es el recogimiento.
 
La dispersión, la distracción y el movimiento, entorpecen al alma siempre y crean un ambiente confuso en torno a la liturgia; por el contrario, el recogimiento es la condición necesaria para participar realmente en la liturgia con aquella participación plena e interior que deseamos, a tenor de la Constitución Sacrosanctum Concilium.
 
Guardini expuso una consideración amplia sobre el recogimiento que nos puede iluminar y acompañar para una renovada participación en la liturgia y para marcar un punto de inflexión en la pastoral litúrgica, alejándose del secularismo y del activismo reinantes hoy.
 
    “En la vida espiritual, cuando se habla del silencio la mayoría de las veces se lo asocia inmediatamente con el recogimiento. En verdad, el silencio supera al bullicio y al palabrerío, en tanto que el recogimiento es la victoria sobre la disipación y la intranquilidad. El silencio constituye en el hombre la serenidad que lo habilita a hablar, el recogimiento representa la unidad viviente de una existencia, a la que s ele habla de las cosas del mundo que lo rodean y que es atraída por la diversidad de acontecimientos, unidad llena de fuerzas, que incita a la acción y a la creación. El recogimiento es tan importante como el silencio. Cuando los consideramos atentamente, nos damos cuenta de que uno no puede existir sin el otro.
 
   ¿Qué significa entonces el recogimiento? Habitualmente, la atención del hombre se mantiene en las más diversas direcciones por una infinita variedad de fenómenos. Su ánimo está inquieto, su afectividad se somete a objetos que cambian rápidamente. Su deseo pasa de una cosa a otra. Su voluntad tiene permanentemente intenciones- por lo general, muy diferentes al mismo tiempo- que la estimulan, por eso está acosada, desgarrada y en contradicción consigo mismo. El recogimiento se opone a todo eso, ya que busca que la atención se aparte de la diversidad de cosas que la atraen y unifica al espíritu en sí mismo; rescata al afecto de las múltiples cosas que lo tientan y lo orienta, a través de un simple cambio, hacia lo importante; al alma que se distrae con sus pensamientos, que se dispersa con uno y otro deseo, y que, además, todo el tiempo tiene propósitos y planes, la atrae sobre sí misma y le da profundidad.


    Todo contribuye a inquietar al hombre. Los fenómenos de la naturaleza, admirables y placenteros, lo atraen y retienen, pero a la vez son naturales, por eso también aportan algo de tranquilidad y recogimiento. Algo similar vale para aquello que constituye la vida humana, es decir, el trato con los demás y el destino, el trabajo y la alegría, la enfermedad y la tristeza, la vida y la muerte. Todo esto obliga al hombre, lo colma y prevalece sobre él, pero también puede darle seriedad y autoridad. Lo verdaderamente funesto es el desorden y afectación artificial de la vida moderna, en los que el hombre es atacado permanentemente por impresiones violentas y extravagantes. Como éstas son intensas, pero a la vez superficiales, se diluyen rápidamente y son desplazadas en seguida por otras. Es propio de ellas carecer de mesura y de verdadera coherencia. Una estorba a las otras, las incomoda y las contradice. A cada paso, el hombre es cautivado por proyectos sorpresivos y convincentes. Por todas partes existe la publicidad, que pretende incitarlo a cosas que, en el fondo, él no quiere, a cosas que realmente no necesita.

    Continuamente el corazón del hombre se aparta de lo importante y profundo para orientarse hacia lo interesante, hacia lo que lo estimula y excita. Pero este estado de cosas no sólo impera alrededor del hombre, sino que también reina en su interior. El hombre no tiene ninguna profundidad ni ningún centro interno, sino que vive en lo externo y en lo contingente; no encuentra nada esencial en sí mismo, por eso apetece estímulos y sensaciones, y disfruta hasta cansarse de ellos, con lo cual se siente de nuevo vacío y se ve obligado a buscar algo nuevo. Capta al instante aquello que le sale al paso a través de los medios informativos siempre en aumento, del tránsito, de los entretenimientos y de la enseñanza, aunque no los asimila. En un instante, tiene conocimiento de un asunto, lo resume en una frase cualquiera y pasa a otra cosa. Está interiormente vacío y aturdido por una permanente e inquietante actividad. Se siente bien únicamente en lo que emprende, en el bullicio, en las cosas que tienen efectos y resultados inmediatos. Pero en cuanto a su alrededor se establece la calma, no sabe qué hacer consigo mismo. Y muchas cosas más se podrían decir sobre esto.

    Este tipo de situación se presenta también en el plano religioso, en el culto y en la santa misa. Salta a la vista cuando existe un desasosiego continuo. La gente pasea la mirada en torno a todo lo que hay a su alrededor; sin una razón que lo justifique, se arrodilla, se sienta, se levante; tose, carraspea, acomoda su ropa y muchas cosas más. Aun cuando la gente guarda cierta compostura exterior, se percibe que interiormente está inquieta, tanto en la forma en que canta y que reza como en la manera en que lee y escucha, es decir, en todas sus actitudes. Los que allí asisten no están verdaderamente presentes, no están en el tema, no se identifican ni con el lugar ni con el momento. En síntesis, no adoptan una actitud de recogimiento.

    El recogimiento significa incluso más que el evitar algo, con lo cual el hombre se mantiene libre de impresiones y ocupaciones que lo distraen. El recogimiento es algo en sí mismo, es la profundidad y potencia de la vida. Naturalmente, ésta última se orienta siempre hacia una gran cantidad de cosas y acontecimientos, pero deben buscar el equilibrio en la dirección contraria. Pensemos en la respiración: tiene dos direcciones, una es la salida hacia la extensión exterior y la otra es la entrada hacia el interior. La vida se consuma tanto en ésta como en aquélla. Cada una de ellas es la vida, pero ninguna constituye toda la vida. Si lo viviente sólo quisiera exhalar el aliento, se ahogaría, al igual que si solamente inhalara el aire. El recogimiento es la inhalación del hombre espiritual, mediante la cual se aparta de todo lo que lo distrae y va en busca de la interioridad, de la profundidad y del centro interior. Sólo el hombre que sabe recogerse es realmente alguien. Sólo a él se le puede dirigir la palabra y sólo él puede responder, únicamente él obtiene realmente lo que la vida ofrece. Únicamente el hombre que sabe recogerse está atento, pero no en el sentido que puede captar cosas y lanzarse a sacar provecho de ellas, ya que esta virtud también la tienen las aves y las hormigas. Hablamos de la atención interior, es decir, de la capacidad de conocer lo importante, de optar con responsabilidad; hablamos de la vivacidad del sentimiento y de la disposición para la vida".
 
Romano Guardini,
Preparación para la celebración de la Santa Misa,
Edibesa-San Pablo, Buenos Aires, 2010, pp. 21-23.