La Iglesia, para ser fiel a sí misma, es evangelizadora. ¿Acaso no resulta esto de sus propias notas: "apostólica", "católica"?
 
¡Evangelizar! Y asumir una nueva evangelización ajustándonos a los retos y dificultades de hoy, con métodos de hoy, con nuevas expresiones hoy, pero con idéntico contenido pues Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.
 
 
La metodología de tantos discursos sobre la nueva evangelización ofrece siempre un análisis de la realidad para pasar, posteriormente, a alentar el impulso evangelizador y señalar algunas pistas para lanzarnos mar adentro.
 
"El mismo Concilio Vaticano II ha sido un don del Espíritu: si es comprendido y aplicado adecuadamente, ofrece los medios adecuados al aggiornamento eclesial para llevar o reconducir a Cristo al mundo contemporáneo. También en nuestros tiempos la Iglesia continúa siendo Madre de santos. La novedad perenne del Evangelio, como produjo en el pasado figuras de hombres y mujeres capaces de cambiar el mundo, así puede suscitar y de hecho suscita también en nuestros días maravillosos fermentos de bien. En muchos sectores se nota un despertar a la vida de oración y de contemplación, una creciente necesidad de sólida espiritualidad, una búsqueda de lo "sagrado" y un redescubrimiento de la verdad cristiana, una disponibilidad de fuerzas y de recursos morales, que son una prometedora garantía para el futuro" (Juan Pablo II, Discurso a los obispos del Lazio, 12-abril1986).
 
La Iglesia siempre es fecunda, contiene un germen de vida que siempre se desarrolla. ¡Sepámoslo con esperanza! Es más, creamos en la vida fecunda que la Iglesia contiene cuando hemos de salir a evangelizar nuevamente. Porque el Evangelio es vida y la Iglesia demuestra constantemente su fecundidad. Sumemos también los rasgos positivos, tal vez ocultos y no mayoritarios, pero sin duda existente, en los hombres de hoy, como señalaba Juan Pablo II. 


Pero también hay retos y carencias, problemas y desafíos.


"No faltan, sin embargo, las sombras que son incluso, en cierto sectores, muchas y grandes. La fe nos obliga a reconocerlas sin disimularlas. Porque es necesario saber con qué realidad los cristianos, en cualquier nivel, deben hoy medirse.
El ejemplo viene también de san Pablo que, en la carta a los Romanos, describe con fuertes rasgos un cuadro realista del mundo, aplicable en cierta medida a la situación actual. En una página de tonos dramáticos él denuncia la responsabilidad de los antiguos paganos, quienes, teniendo la posibilidad de llegar al conocimiento de Dios, no le dieron gloria, "sino que se envanecieron en sus razonamientos y se oscurecieron sus mentes... Creyéndose sabios, se volvieron necios" (Rm 1,21-23)" (ibíd.).

Mentes oscurecidas -falta luz-, razonamientos vacíos y equivocados. La razón, dejada a su sola referencia, se ha agotado en sí misma, sin comprender la realidad, la verdad del Misterio. Tocada por el laicismo beligerante, se ha cerrado al Misterio y ahoga lo religioso, sin dejar espacio a la religión, creando una obligatoria "religión laica", con sus dogmas y moral laica-tolerante.

"Nuestra sociedad secularizada reserva siempre menos espacio a la religión y a sus valores. El Sínodo extraordinario de los Obispos, celebrado el año pasado, habló de una "cierta ceguera hacia la realidad y los valores espirituales" (Relatio finalis, I, 4): una especie de apostasía de hecho de la fe, con amplia difusión del ateísmo histórico y práctico y pérdida de los valores fundamentales. Se reduce cada vez más la visión integral del hombre y se llega incluso a negar a Dios como valor para el hombre.

De aquí la disgregación de la familia, la praxis de eliminar las vidas humanas aún no nacidas, la sexualidad sin freno, como si esta dimensión del ser humano fuese un valor por sí misma y no tuviese en cambio que ser orientada a fines más altos.

Hay que añadir el influjo de los instrumentos de la gran comunicación, que contribuyen de manera determinante con frecuencia a crear confusión entre bien y mal, avalando modelos de comportamiento alejados de los valores evangélicos y provocando así la decadencia generalizada de las costumbres" (ibíd.).

El marco cultural descrito es certero. Y aunque pronunciado en 1986, el retrato es hoy igualmente actual. Veamos las pistas evangelizadoras, la tarea permanente de la Iglesia ante la cultura secularizada.

"En este contexto, ¿cuál es la tarea de la Iglesia?  Frente a los desafíos que provienen de esta situación contradictoria, ¿cómo responden las diócesis de Lazio?... Un renovado impulso en el anuncio de la buena noticia es la verdadera respuesta a los males y a las carencias que emergen del diagnóstico de la actual situación de nuestras diócesis. Y es la respuesta que la Iglesia tiene específicamente la tarea de dar...

El don más precioso que la Iglesia puede ofrece al mundo de hoy desorientado e inquieto, es formar cristianos convencidos mediante un orgánico plan de catequesis profundizada. Y esto es un servicio prestado no sólo a la comunidad cristiana, sino a la sociedad entera" (ibíd.).

Primera pista: formación, formación y formación. Una catequesis amplia que profundice y lleve a mayor madurez doctrinal y espiritual a los católicos es la primera acción de una nueva evangelización.
"Os animo, queridísimos hermanos, en esta tarea que se impone con urgencia, por el bien de vuestras poblaciones. Una renovada vida de fe, fruto de esta acción evangelizadora y del asiduo esfuerzo de catequesis, suscitará un nuevo florecimiento de la cultura inspirada en los valores del cristianismo.. en verdad las preocupaciones que nos acosan hoy, en la vigilia del nuevo milenio, fueron las de la primera Iglesia; fueron reiteradas por el Concilio al inicio de la segunda mitad de nuestro siglo y tocan la esencia de la identidad cristiana" (ibíd.).

Una breve conclusión y palabras de aliento, que faltan nos hacen, son el punto final. El reto no es pequeño: un nuevo paganismo ha invadido todo. ¿Sabremos afrontarlo y responder?

"A un nuevo paganismo se responde con una nueva evangelización, en el sentido de una renovada y profunda fidelidad tanto al mensaje revelado como a las demandas del hombre contemporáneo. A un mundo en camino de laicización atea hay que dar el testimonio auténtico de hombres creyentes en Dios y en el Señor muerto y resucitado. El compromiso primario de la evangelización es indicar en Cristo Jesús al Salvador de cada hombre y de todo el hombre: de su mundo personal y del familiar, del ambiente de trabajo y del de la escuela, de la dimensión cultural como también de la dimensión civil. Es esto lo que los hombres también de hoy esperan de la Iglesia" (ibíd.). 

Palabras certeras... y una mentalidad que debe forjar en nosotros.

Me quedo con dos puntos:

-la renovada y profundizada catequesis para todos (formación, formación, formación)

-la claridad que debemos tener: estamos ante un nuevo paganismo. No soñemos ni nos confundamos.