Aunque ciertas ideologías se empeñen en igualar a los hombres con las mujeres en todo, la realidad es que somos distintos, tanto desde el punto de vista fisiológico como psicológico, incluso espiritual. Y afirmar esto no es ninguna barbaridad, es sencillamente una evidencia. Somos distintos hasta para pecar. Un comentario en el “L´Osservatore Romano” sobre la diferencia entre los pecados de los hombres y las mujeres desató un interés internacional. Según el periódico oficial del Vaticano, a los hombres les cuesta controlar la lujuria, y a las mujeres la soberbia. El pecado, desde el paraíso terrenal, forma parte de la naturaleza humana, está ahí. Un teólogo consultor de la Santa sede afirma que los pecados capitales más frecuentes entre las mujeres son distintos de los más frecuentes entre los hombres. Y esto molesta a los que pregonan la igualdad casi absoluta. Samuele Sangalli, en un estudio profundo sobre los vicios en la obra de Santo Tomás de Aquino, explica ampliamente que el peor de los pecados capitales desde el punto de vista teológico es la soberbia. Y afirma que cuando se mira a los pecados capitales desde las dificultades que crean, se ve la diferencia entre el hombre y la mujer. Este teólogo afirma que para el hombre el pecado más difícil de controlar es la lujuria, y a este le sigue la gula, la pereza, la ira la soberbia, la envidia y la avaricia. Pero las mujeres son más proclives a la soberbia, y a este pecado sigue la envidia, la ira, la lujuria, la gula y finalmente la pereza. Aclara el estudio que según las épocas y culturas la lista de pecados puede cambiar, pero en el fondo de todo está el pecado de soberbia. Este estudio se ha basado en la experiencia de la vida y en el conocimiento a fondo de la persona humana. De ninguna manera se tiene en cuenta para ello el sacramento de la confesión que impone un secreto absoluto. Los que podemos llamar pecados del momento presente no son una ampliación arbitraria de la moral, sino una concreción de los pecados capitales en la actualidad. Somos pecadores, hay que reconocerlo con humildad, y debemos ponernos en manos de la misericordia divina que nos espera como hijos pródigos que vuelven al hogar. Juan García Inza