Dostoyevski, en Los Hermanos Karamazov, escribió la fábula:

«Era una vez una mujer mala, malísima, y murió. Los demonios la llevaron al infierno. Pero su Ángel de la Guarda recordó una acción buena de la mujer y se la presentó a Dios.

- “Señor: un día la mujer cogió una cebolla de su huer­to y se la dio a un pobre hambriento.” Y Dios le dijo:

- “Coge tú esa misma cebolla. Dásela a la mujer. Que se agarre a ella y si logras sacarla, irá al paraíso; pero si la cebolla se rompe... entonces se quedará allí.”

El Ángel fue hacia la mujer y le alargó la cebolla.

- “Agárrate fuerte a la cebolla, es igual como la que diste a un pobre que estaba hambriento.”

Y la mujer, que era mala y egoísta, se puso a darles: patadas gritando:

-“¡Me va a sacar a mí y no a vosotros! ¡Es mi cebolla!”

Apenas había pronunciado dichas palabras cuando la cebolla se rompió... Y la mujer volvió a caer en el infierno de su egoísmo. Allí está desde entonces. El Ángel se puso a llorar y se fue...»

El infierno es el egoísmo.

San Juan de la Cruz dice:
«Al final de la vida, se nos juz­gará por el amor