Mala doctrina.Es de notar que nada de lo que esos altos eclesiásticos enseñan y propugnan tiene base alguna en Escritura, Tradición y Magisterio apostólico, la triple fuente de la fe católica. Pero toda consideración teológica y pastoral, si ha de elaborarse a la luz de la fe, como señala el concilio Vaticano II, ha de brotar necesariamente de esas tres fuentes complementarias (Dei Verbum 10). Cuando se ignoran, o más aún, cuando se les contra-dice, todo lo que se afirme y argumente son palabras vacías, falsas, anti-cristianas, que no valen nada. Les falta el splendor veritatis que siempre está presente en los escritos verdaderamente católicos. Sus autores, como son fieles a la triple fuente,  pueden decir con San Pablo, “nosotros tenemos el pensamiento de Cristo” (1Cor 2,16).

Tampoco las pensaciones tienen nada que ver con la razón, pues implican grandes contradicciones internas y carecen de fuerza argumental. Así pues, esas palabras son inhumanas, no son propiamente pensamientos, ya que no han sido generadas por la razón ni por la fe. Son pensaciones, esto es, sentimientos, deseos y voluntades carnales, que operan como si fueran pensamientos, y pensamientos cristianos. Quienes así hablan, piensan como los hombres, no como Dios (Mt 16,23; cf. Is 55,8-9).

Han perdido el respeto a la Palabra divina y, consiguientemente, el sentido del pecado. En referencia a la homosexualidad, por ejemplo –no a las personas homosexuales–, apoyan la rebeldía contra los mandamientos de Dios, de Cristo, de los Apóstoles, de la Iglesia (Catecismo 2357). La práctica de la homosexualidad es la sodomía, el pecado que San Pablo describe con crudas palabras como una de las más horribles perversiones del mundo de su tiempo (Rm 1,26-28): «no heredarán el reino de Dios» (1Cor 6,9-10; cf. 1Tim 1,10). Y el apóstol Judas: «Sodoma y Gomorra, con las ciudades circunvecinas, por haberse prostituido como aquellas y por haber practicado vicios contra naturaleza, quedan ahí como muestra, padeciendo la pena de un fuego eterno» (Jud 7; cf. Gén 19,1-29)… Pero los animadores del Festival de Pensaciones desprecian la Palabra de Dios. Prefieren atenerse a la palabra de los hombres, «más caritativa, más misericordiosa». Y con rituales ad hoc bendicen en templos católicos el vicio nefando.

Perdida la fe, se pierde la razón, que se vuelve imbécil, más inclinada al error todavía que la mente de los pueblos paganos. La mente del cristiano apóstata queda capaz de tragarse ruedas de molino. Su cabeza está como devorada por las termitas del error. No es una torre, gloriosa verticalidad ascendente, coronada por una cruz; es un pozo seco, sucia verticalidad descendente, llena de humedad y basura. Ya cesó en la persona la búsqueda sincera de la verdad por medio de la razón y de la fe. Las pensaciones se han hecho habituales e incluso exclusivas en su mente. Le basta «pensar» con la voluntad y el sentimiento, o ateniéndose a la ortodoxia indiscutible del «pensamiento» mundano y de las ideologías predominantes (mainstream). Pero muy al contrario: quiere Dios, al crear el hombre nuevo, renovarlo y elevarlo en todos los planos del ser humano: razón, voluntad, memoria, sentimientos, subconsciente. Veámoslo.

 

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–«El Padre nos ha predestinado a configurarnos plenamente a su Unigénito, para que venga a ser Primogénito de muchos hermanos» (Rm 8,29). Esa configuración, que se inicia sacramentalmente en el Bautismo, ha de crecer a lo largo de la vida cristiana, y debe afectar a todos los planos de nuestra personalidad: no sólo al entendimiento y la voluntad, sino también a la memoria, los sentimientos y el subconsciente.

Esta obra del Espíritu Santo, que nos va configurando con Cristo, sigue normalmente un orden: comienza en el entendimiento (por la fe), sigue en la voluntad (por la caridad), más tarde llega a ordenar la memoria (por la esperanza), aún más tarde evangeliza el sentimiento, integrándolo plenamente en la vida de la fe operante por la caridad; y por último hasta el subconsciente viene a ser santificado por la gracia.

Según indica ese orden, se explica que muchos buenos cristianos, aunque ya han recibido la evangelización en el entendimiento y la voluntad por la fe y la caridad, tienen la memoria bastante caótica, absorta en la selvática realidad de su mundo personal y circundante, y sobre todo padecen unos sentimientos en buena medida paganos. Y lo más grave es que no pocos piensan en el fondo que los sentimientos no son evangelizables, pues por su propia naturaleza escapan al dominio de la razón y de la voluntad. Pero se equivocan: la gracia de Cristo sana y eleva al hombre entero, en todos sus niveles personales. No es, pues, una exhortación quimérica la de San Pablo cuando nos dice que tengamos «los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Flp 2,5). Hasta el mismo subconsciente ha de llegar a ser integrado por obra del Espíritu Santo en la vida de fe y caridad del cristiano. Concretamente, hasta los mismos sueños de los santos son santos.

Así las cosas, quienes no piensan y actúan según la fe operante por la caridad son personas que en gran parte de su vida se mueven aún por el sentimiento y el subconsciente; es decir, piensan y actúan según les da la gana, palabra peculiar del español… Toda esta cuestión la desarrolla San Juan de la Cruz en modo difícilmente superable (Subida del Monte Carmelo), y de ella hacemos un resumen José Rivera y yo (Síntesis de Espiritualidad Católica, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2008, 7ª ed, 216-237).  

El hombre carnal-viejo y el hombre espiritual-nuevo conviven en cada uno de nosotros, incluso después del BautismoUno es terreno, pecador y viene del primer Adán. El otro es celestial, santo y vive del segundo Adán, nuestro Salvador Jesucristo. Según eso, el hombre vive la vida cristiana, la nueva, en la medida en que se libera de la vieja, de sus propios pensamientos, voluntades y deseos. El Maestro lo enseña muy claramente: «sólo el espíritu da vida, la carne no sirve para nada» (Jn 6,63). «El espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mt 26,41). El hombre tiene que negarse a su ser carnal, para afirmar en su vida al hombre espiritual. Y eso Jesús «lo decía a todos», no a un grupo mínimo de ascetas (Lc 9,23-24; Mt 16,24-25; Mc 8,34-35). Gracias a la Pasión de Cristo puede morir el hombre adámico, y gracias a la Resurrección de Cristo puede llenarse del Espíritu Santo en una vida sobrehumana, divina, sobrenatural, celestial. Toda la vida cristiana es, pues, participación continua del Misterio Pascual.

Eso es lo que, igual que Cristo, enseñaron los Apóstoles.

–«No somos deudores de vivir según la carne, pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis» (8,12-13). La carne y el espíritu son irreconciliables: difieren siempre y totalmente en pensamientos, voluntades y deseos (Rm 8,1-13).

Tampoco somos deudores de vivir según el mundo, obligados a seguir sus pensamientos y caminos. Estamos en el mundo, pero no somos del mundo (Jn 15,18-19; 17,6-19), ni de ningún modo debemos configurarnos a él (Rm 12,2). Por el contrario, el Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra, quiere que nos despojemos de las obras de las tinieblas, vistiendo las armas de la luz (Rm 13,12). «Adúlteros. ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemiga de Dios? Quien pretende hacerse amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4). «Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Todo lo que hay en el mundo», pensamientos, deseos, costumbres, «no viene del Padre», sino del mundo, del príncipe de este mundo, que es pasando (1Jn 2,15-17).

Y si vivimos según la carne y el mundo, vivimos bajo el imflujo del diablo. En Efesios 2,1-3 lo dice San Pablo muy claramente.

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Razón, sentimientos y voluntad en la formación de pensamientos y decisiones

Razón y fe. En el hombre es la razón la que genera pensamientos verdaderos. En un cristiano esos pensamientos vienen generados por la recta razón iluminada por la fe. En uno y otro caso, para que el proceso mental lleve realmente a la verdad debe estar libre de los posibles influjos negativos que puedan proceder de los sentimientos o de la voluntad o de ambos. Por ejemplo, una persona debe mantenerse fiel a su vínculo conyugal, debe abstenerse de robar, etc., aunque quizá el sentimiento o la voluntad le exijan el adulterio y el robo. Es posible que no siempre el hombre, dada la fragilidad de su condición, obre en conformidad con su pensamiento, es decir, con la razón y la fe. En  todo caso, de suyo, a pesar de las fallas y caídas conductuales, el pensamiento debe mantenerse en la verdad, porque eso hace posible el arrepentimiento, la conversión y la superación de la conducta mala.

El pensamiento  de la razón, y más si está sanado e iluminado por le fe, es «logos», es adhesión a la verdad, y puede ser expresado con precisión y claridad. Por otra parte, solo si hay pensamiento real es posible el dia-logo. Por el contrario, no es posible el diálogo con el hombre que piensa dominado por sus sentimientos, sujeto a atracciones o repugnancias sensibles, filias o fobias, o a merced de su voluntad no razonable, sino arbitraria: sit pro ratione voluntas. No hay en él propiamente logos, sino sentimientos y voliciones autónomas.

Nótese también que lo que una persona piensa según la recta razón suele tener una estabilidad grande, y más si piensa a la luz de la fe. Son entonces firmes y estables sus criterios sobre lo verdadero o falso, lo bueno o malo, lo conveniente o no. Y para poder pensar así, necesariamente ha de ser la persona muy consciente y muy libre del mundo.

Sentimientos. Los pensamientos que nacen de sentimientos, ganas, sensaciones, apetencias, afectos, pulsiones, repugnancias, atracciones, emociones, filias y fobias, modas ambientales, propiamente no son pensamientos, aunque a veces la persona los estime como si lo fueran. Ya he señalado que más exacto es llamarles pensaciones. Seamos muy conscientes de que el sentimiento no es logos, y por eso no puede, ni quiere ser expresado con precisión y claridad. Por eso es imposible dia-logar con quien piensa según lo que siente o lo que quiere.

El mundo de las pensaciones, de suyo, suele ser muy variable, según los días, estados de ánimo, modas ideológicas cambiantes, y vicisitudes exteriores ocasionales. Pero puede recibir de la voluntad una estabilidad indudable, cuando la persona siente según quiere. Por ejemplo, si una persona quiere vivir en un marco injusto de riqueza, piensa y siente que su vida es justa, y que no debe estropearla con limosnas y beneficencias innecesarias. O en otro supuesto: el que quiere vivir según el mundo, sin entrar en contraste con él, puede sentir agrado en asimilar constantemente sus modelos ideológicos predominantes o sus pautas conductuales. Se podría decir que el sentimiento, en casos como éstos, tiene la fidelidad equívoca que día y noche mantiene la veleta, pues señala permanentemente de dónde viene el viento.

Conviene advertir que la persona que vive cautiva de sus pensaciones no es libre, y suele ser muy poco consciente de su cautividad. Estima normalmente que vive según lo que piensa su razón y lo que quiere libremente su voluntad; pero en realidad no piensa con su cabeza, sino con su corazón, y quizá con su vientre. La vida del sentimiento embarga de tal manera a la persona que le está sujeta, que ésta ignora casi por completo que sus pensamientos y su conducta proceden en realidad de su sentir y de su querer. Por eso mismo no puede ejercer sobre sus sentimientos un dominio directo y seguro, no le es posible el diálogo, ni tampoco el auto-examen.

Voluntad. La voluntad es humana y libre solamente cuando procede de la razón, cuyo dictamen sigue. En otras palabras: la voluntad ha sido creada para ser razonable. Por eso son inhumanas aquellas voluntades que quieren atenerse a los sentimientos o sensaciones, que están esclavizadas por lo que apetecen o repugnan. En realidad, una persona que no vive guiada por la razón y por la voluntad ajustada a esa razón, sino que está a merced de sus sentimientos, apenas se distingue de un animal o de un niño pequeño que no tiene uso de razón. Como en el caso del alcoholismo, de la adicción  a las drogas y de tantas otras degradaciones, el que se guía no por la razón, sino por el sentimiento o, lo que viene a ser semejante, por una voluntad no razonable, va destruyendo progresivamente su vida y su libertad personal, hasta quizá destruirla, al menos en ciertos campos de su vida.

El justo vive de la fe, no a merced del sentimiento

«El justo vive de la fe» (Rm 1,17; cf. Hab 2,4; Gál 3,11; Heb 10,38), de «la fe operante por la caridad» (Gál 5,6). Es decir, vive de lo que piensa en razón y fe, y de lo que ama en voluntad y caridad. Dicho en otras palabras: vive por obra del Espíritu Santo en él.

El hombre carnal, por el contrario, vive normalmente de lo que siente: está «abandonado por Dios a los deseos de su corazón» (Rm 1,24). Es ésta una expresión terrible, que aparece con cierta frecuencia en la Biblia: «los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos» (Sal 80,13).

Como he indicado, el comienzo de la salvación del hombre está en la fe, en ese cambio radical que el Evangelio de Cristo, por obra del Espíritu Santo, obra en la mente del hombre nuevo (meta-nous). Prosigue en el ejercicio de la caridad y de todas las virtudes a la luz de la fe. Y alcanza la perfección cuando llega a afectar a los mismos sentimientos y hasta el subconsciente. Muchos, sin embargo, no creen ni aspiran a la evangelización de lo que ocupa la memoria y persiste en los sentimientos: no lo creen posible. Pero es perfectamente posible por obra del Espíritu Santo, si bien requiere normalmente un tiempo más o menos largo. Esta transición guerra–paz–gozo puede expresarse con el ejemplo más arriba aludido.

Guerra. Una novicia, que se sabe llamada por Dios a la vida contemplativa de clausura, ha de combatir a veces con sus sentimientos, que le exigen compañía, acción, exterioridades cambiantes del mundo, a todo lo cual estaba habituada. Para ser fiel a su vocación se afirma en actos intensos de la fe operante por la caridad, aunque a veces falla: «per crucem ad lucem».  –Paz. Al paso del tiempo, las victorias de la fe y de la caridad sobre el sentimiento van siendo cada vez más seguras y fáciles; comienza a amar al silencio y la soledad; se van pacificando sus guerras interiores, porque el sentimiento va siendo evangelizado. –Gozo. Finalmente, por obra de la gracia, su vida de clausura silenciosa, orante y penitente, transcurre en su monasterio como la de un pez en el agua. Todo se le hace cada vez más fácil, grato y alegre. Vendrán, sí, según Dios lo disponga, noches oscuras en las que esos gozos sensibles falten, que ocasionarán con el auxilio divino actos sumamente intensos de la fe y de la caridad, que produzcan la plena purificación de la persona, un desarrollo espiritual acelerado y su total transfiguración en Cristo.

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Fuente: José María Iraburu, sacerdote. Publicado en Infocatólica