Muchos tienen la impresión de que ayudar a los pobres y ser personas que muestren externamente su sentido de pertenencia a la Iglesia, son cosas imposibles de conciliar. Algo así como el agua y el aceite. Entonces, surge el estereotipo de que solamente los ideólogos de izquierda, tienen algo que hacer o decir sobre el drama de la pobreza. No faltan los que piensan que el cuidado litúrgico es un distractor de los problemas que se viven en las calles; sin embargo, sucede algo interesante. Los hombres y mujeres que más han trabajado por la justicia, coindicen en no haber tenido ningún problema en dejar claro cuál era su estilo de vida a la luz de la vocación asumida. Desgraciadamente, todavía hay quienes manipulan a Mons. Romero, hoy beato, atribuyéndole slogans que nada que ver, olvidando que si algo lo caracterizó fue su profunda identidad como sacerdote. Prueba de ello era la obediencia al magisterio eclesial y que se le veía frecuentemente con sotana. Ciertamente, “el hábito no hace al monje”, pero si lo emplea en los momentos apropiados, termina siendo un signo importante, capaz de comunicar. Con el card. Bergoglio, ahora Papa Francisco, pasa algo parecido. Muchos lo ven hecho ideología, pero en realidad se trata de un hombre que con el rosario en mano, ha sabido leer la realidad social y apostar por la justicia. Un Papa que no condiciona sus devociones, porque sabe que una cosa no va contra la otra.

 Los problemas del mundo; especialmente, en el marco socioeconómico no se deben al uso del canto gregoriano o, en su caso, al tipo de velas del altar mayor, sino a la falta de conversión interior. De ella parte o depende el cambio, la solución de los conflictos. Por esta razón, el beato Oscar A. Romero, apelaba a la conciencia del pueblo, de las bases y, por supuesto, de la conciencia de los hombres y mujeres que podían incidir. Esto es lo grande de Mons. Romero. No necesitó secularizarse para hablar claro. Sino que, como sacerdote, supo hacer su parte y, finalmente, dar la vida por el Evangelio. De ahí que su beatificación fuera tan emocionante.

 No se puede hacer del Papa un medio de legitimación para justificar desvíos relativistas, porque si hay alguien con auténtica vocación religiosa, contemplativa, es él. Al escucharlo, no queda la menor duda. Entonces, conviene superar estereotipos, reconciliarse con la liturgia oficial de la Iglesia y, desde ahí, trabajar por el mundo de hoy. Todo desde el Evangelio que ha dado lugar a la Doctrina Social.