Se dice que Miguel Ángel, cuando terminó su famoso Moises, le golpeó en la rodilla y le gritó: “¡Ahora, habla!”. Ciertamente, la escultura es tan real, tan perfecta, que parece que sólo le faltara la voz.

En los deportes se insiste en una ejecución perfecta de la técnica y, así, en tenis se busca el golpe perfecto, en gimnasia el ejercicio perfecto, en atletismo la carrera perfecta... En beisbol incluso está definido oficialmente como es el “partido perfecto” (perfect game) con el que sueñan todos los equipos realizar algún día y que solo unos pocos han conseguido.

Querer hacer cosas perfectas es innato a la naturaleza humana. Todos salvo los mediocres, que no aspiran a nada deseamos hacer alguna cosa perfecta y disfrutar de ella, ya sea un partido de beisbol, un ejercicio, una pintura o una escultura.

Pero hay una cosa en la que frecuentemente vemos cómo se rebaja el nivel de exigencia. A la hora de ser cristiano nos conformamos con “ser buena persona”. Sin embargo el Evangelio dice:

Sed perfectos” (Mt 5,48)

No dice ser buena persona, hacerlo lo mejor posible…, dice “sed perfectos”. Y para que no quede ninguna duda sobre el mandato, añade una increíble comparación:

 

            “… como vuestro Padre celestial es perfecto”.

Pues si Cristo lo dice así, esa debe ser nuestra mentalidad de cristianos: ser perfectos.

El encargo es difícil de cumplir pero no imposible pues Cristo no manda imposibles.

Para lograrlo hay muchas ayudas, medios y formas, y cada uno deberá procurarse las mejores que pueda; pero el primer paso es el mismo para todos: mentalizarse y convencerse de que hay que hacer lo que se nos manda; y que a lo que hay que aspirar es a ser perfecto.

Los Tres Mosqueteros