Ya saben que los anuncios me encantan: pequeñas historias contadas en 20 segundos que a veces son verdaderas obras de arte del relato. A veces me pregunto porqué interrumpen los anuncios para poner películas. El que me propongo comentarles hoy le asalta a Vd. en estas mismas páginas una de cada dos veces que entra Vd. en Religión en Libertad. Un anuncio largo, minuto y medio en este caso, y que, por cierto, aparece íntegro en televisión y con cierta frecuencia, lo que me hace pensar en la inversión realizada por el anunciante, al que deseo el mejor éxito, un éxito que desde luego le auguro si el producto es tan bueno como el anuncio que lo promociona. Y de que el anuncio gusta es buena prueba el más de un millón de entradas que tiene en you tube.
 
            Se trata del anuncio de Casa Tarradellas promocionando su pizza: un ejemplo de cómo relatar con buen gusto, con ingenio y con gracia una historia absolutamente cotidiana que, en realidad, y de no ser por el talento de los guionistas y de todo el equipo de producción, tendría tan poco que contar.
 



 
            Mi escena favorita es la de la niña que extrae un triángulo de pizza para comérselo antes de que llegue a la mesa, recomponiendo luego la pizza de manera que no se note que la ha "mutilado". ¡Me recuerda tanto a lo que le hacíamos a uno de mis hermanos cuando teníamos 15-20 años! Los domingos compraban nuestros padres pasteles en una de las mejores pastelerías que haya existido nunca en Madrid (épicos sus buñuelos de todos los santos), Serrano, en el Parque de las Avenidas, hoy desgraciadamente desaparecida: regalaban, porque entonces los pasteles eran una verdadera excepción, papá y mamá tres pasteles por barba, y el hermano del que les hablo se guardaba siempre uno de ellos para la noche: siempre el mismo, un pastel de hojaldre con nata y crema y de forma cuadrada. A lo largo de la tarde, los demás hermanos íbamos arañando las aristas del delicioso hojaldre dejándolo reducido a su mínima expresión, de manera que cuando el pobre Alejandro por la noche abría la nevera para finalmente comérselo, se encontraba siempre una especie de fino y estilizado obelisco de hojaldre, que nadie se explicaba cómo podía mantenerse aún en pie dadas las reducidísimas dimensiones de su base, mientras gritaba inexorablemente : "¡¡¡¿quién se ha comido mi pasteeeeel?!!!". Escena que se repetía domingo tras domingo, mientras los hermanos nos preguntábamos cómo era posible que domingo tras domingo también, siguiera dejando el delicioso pastel de hojaldre en la nevera con la supuesta intención de zampárselo por la noche. Tengo para mí que hallaba cierto placer en que nos lo comiéramos nosotros y poder reprochárnoslo luego, que la basca es mu rara.
 
            Pero no es la única escena del anuncio. Me encanta la de la niña de 4-5 años que en el autobús le dice a la madre “¡tengo hambre!” mientras sigue mirando por la ventana del autobús, de esa manera monótona y mecánica que hablan los niños de esa edad, realizando aseveraciones perdidas en el espacio según se les pasan por la cabeza que ni siquiera esperan una respuesta. O la historia del “ratoncillo” que pone todo el queso de la pizza en una parte de ella que luego se come él mientras asegura que la pizza “venía así”: por cierto, histórica la interpretación de la jovencita que hace el relato. O la del que parece ser el padre, que asegura que no va a comer, probablemente para conservar la línea, aseverándolo una y otra vez como para afianzar su voluntad, y al final, no puede resistirse a unirse a la mesa familiar en la preciosa terraza de la casa donde se zampan la pizza. O la historia de los dos jovencitos enamorados que pugnan por ceder al otro la última porción de la pizza y en la escena siguiente, otra pareja algo más “curtida” repite la escena de entregarse mutuamente semejante porción pero él, menos generoso que ella y mucho más pragmático, se deja de historias y diciendo un mecánico “gracias”, se la zampa. ¿A que siempre es así y en todas las parejas uno da más que el otro? Brillante la cara de conmiseración  que se le queda a ella. O aquella otra escena en la que el marido se pavonea de que va a cocinar porque va a meter la pizza en el horno y ni siquiera algo tan simple sabe hacer y tiene que llamar a su madre para que le diga cómo.
 
            El mensaje final del anuncio, expresado por boca de una niña de diez años más-menos, adorable y precioso: “A mí de verdad, lo que más me gusta de la pizza es que siempre hay mucha gente en casa, estamos todos juntos, y me lo paso superbién: eso es lo que de verdad me gusta de la pizza”.
 
            Enhorabuena pues a Casa Tarradellas y enhorabuena, por supuesto, al autor del anuncio, la empresa publicista Oriol Villar. Con anuncios así ¿quién necesita ver películas?
 
            Y sin más por hoy, queridos amigos, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Como siempre.
 
 
            ©L.A.
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