Acabo de llegar de Medjugorje (Bosnia) en donde he participado en el 20º Encuentro Internacional de Jóvenes. Un rotundo éxito en asistencia y frutos. Los datos nos dan una idea de lo que allí hemos vivido. Han asistido 50.000 jóvenes de 85 países. Hemos participado 650 sacerdotes, de los cuales unos 150 han atendido las confesiones en 15 lenguas, con un horario amplio de 9 de la mañana a 10 de la noche. Las colas para confesar eran interminables, y eran fruto de auténticas conversiones. El programa ha tenido, como todos los años, el siguiente esquema: A las 9 de la mañana oración, y hasta las 12 enseñanzas, testimonios y cantos. Por la tarde se comenzaba a las 4, y siguiendo el mismo esquema hasta las 6 que se rezaba el Santo Rosario en diversas lenguas. A las 7 de la tarde era la multitudinaria celebración de la Eucaristía con todos los sacerdotes, y cantada por el coro internacional de 80 voces. Doscientos sacerdotes dábamos la comunión por todo el recinto al aire libre. De 9 a 10 de la noche Adoración al Santísimo con participación de numerosos peregrinos. Y otras actividades: Viacrucis y Santa Misa en el monte de la Cruz, procesión multitudinaria, etc. Y siempre con tradución simultanea en 15 idiomas a través de la radio. Como se ve, un programa clásico muy fiel a la Iglesia, y con frutos abundantes. Medjugorje, un pueblo pequeño de unos 5.000 habitantes, se ve desbordado en verano, y en especial estos días, por la llegada incesante de peregrinos que muchos de ellos han de pernostar al aire libre. Pero siempre con una alegría contagiosa, y un ambiente de auténtica familia cristiana. En nuestro grupo eramos 160, y todos han vuelto con el deseo de volver. Se vive allí lo que realmente debe ser el Pueblo de Dios: un pueblo que ora, que celebra, que comparte, que vive la paz y la esperanza. Algo hay importante en Medjugorje que mueve a tantos corazones. Los jóvenes han demostrado que se puede vivir muy feliz sin perder la dignidad, con mucho amor de Dios, y un deseo grande de servir a un mundo que nos necesita.