Viendo que en ti no faltan defectos,
¿por qué atacas tan furiosamente a tu prójimo?
-F.X. Nguyen Van Thuan-
 
Me contaba admirado un amigo, la perspicacia que descubrió en su hija mayor un día que estaban viendo la tele en la sala de estar, mientras su mujer y el hijo menor lavaban los platos en la cocina.
 
De pronto se oyó en la cocina un pequeño estruendo de platos que se caían al suelo y se rompían en pedazos.
 
Silencio en la casa. La hija miró al padre y con sonrisa contenida y ojos traviesos, sentenció:
- Ha sido mamá.
-¿Y cómo lo sabes?, preguntó mi amigo a su hija.
-Porque no ha dicho nada.
 
A todos, incluso a las madres, nos resulta más fácil ver los fallos ajenos que los propios. Se dice que cada uno llevamos una alforja al hombro; en el bolso de la espalda colocamos nuestros  defectos y en el delantero los del prójimo. Obviamente, vemos mejor los ajenos.
 
Decía san Bernardo que la lengua es como lanza muy afilada; con un solo golpe atraviesa a tres personas: a la que habla, a la que escucha y a la tercera de quien se habla.
 
¡Cuánto destrozo podemos causar con nuestra lengua, si la usamos para el mal! Nos dice Dios, a través del libro del Eclesiástico: “Muchos han perecido al filo de la espada; pero no tantos como por culpa de la lengua” (28, 22).
 
Un proverbio alemán afirma: “El burro se delata por sus orejas; el tonto, por sus palabras”. El corazón humano es una cámara de tesoros, que tiene por puerta el habla; hay quien saca bondad, amor, verdad, sabiduría;  otros sacan insensatez, maldad, veneno, mentira.
 
¡La lengua! El que no peca con la lengua es varón perfecto, nos dice Dios, a través del apóstol Santiago en su carta (capítulo 3, 2).
 
Alguien dijo que callar es la madre de los pensamientos sabios. De aquí podemos deducir que la charlatanería es la madre de las cosas malas. ¡Hay que dominar la lengua, amigo!  Es la parte más valiosa que tenemos, pero también la más peligrosa. Con ella podemos alabar a Dios, consolar al triste, aconsejar a un amigo…pero también podemos herir el honor y la fama del prójimo.
 
El número 2505 del Catecismo de la Iglesia Católica dice: La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus actos y en sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
 
Ahora que estamos en el mes de mayo, recurramos a la Madre para que transforme nuestra lengua, mediante la caridad, en un elemento constructivo; y cuando los demás, admirados por el cambio, nos pregunten por la causa de la transformación, podemos decir como la jovencita, pero con sentido contrario:
 
-Ha sido Mamá.