En nuestra sociedad actual, la oración resulta algo incomprensible. Pararse a realizar monólogo parece una perdida de tiempo colosal. En todo caso, lo que se nos dice es que tenemos que ser activistas que tomen las calles o llenen las redes de hashtags. Hoy domingo se celebra la Jornada Mundial para las Comunicaciones Sociales, en las que la Iglesia tiene mucho que aportar.



La comunicación social está íntimamente relacionada con la evangelización y también con la oración. La oración es más fuerte que la mejor campaña de marketing eclesial que podamos planear y financiar. La oración nos acerca a la Voluntad de Dios, de manera que nuestras acciones estén en línea con lo que Él quiere de nosotros.
 

Cada vez que hablo de la oración, me parece escuchar dentro de vuestro corazón ciertas reflexiones humanas que he escuchado a menudo, incluso en mi propio corazón. Siendo así que nunca cesamos de orar ¿cómo es que tan raramente nos parece experimentar el fruto de la oración? Tenemos la impresión de que salimos de la oración igual que hemos entrado, nadie nos responde una palabra, ni nos da lo que sea, tenemos la sensación de haber trabajado en vano. Pero ¿qué es lo que dice el Señor en el evangelio? «No juzguéis por las apariencias, sino tened un juicio justo» (Jn 7,24) y ¿qué es un juicio justo sino un juicio de fe? Porque «el justo vive de la fe» (Ga 3,11). Sigue, pues, el juicio de la fe más seguro que el de tu experiencia, porque la fe no engaña, mientras que la experiencia puede inducirnos al error. Y ¿cuál es la verdad de la fe sino la que el mismo Hijo de Dios nos promete?: «Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis» (Mc 11, 24) Así pues, hermanos, ¡que ninguno de vosotros tenga en poco su oración! Porque, os lo aseguro, aquel a quien ella se dirige, no la tiene en poca cosa; incluso antes de que ella haya salido de vuestra boca, él la ha escrito en su libro. (San Bernardo de Claraval. Sermón de Cuaresma nº5, 5) 

Las apariencias, nos alejan de la oración. Si nuestro juicio fuese justo y estuviera lleno de esperanza, dejaríamos que Dios actuara a través de nosotros. Ese es el efecto milagroso de la oración, abrir espacios para que Dios se transparente en nosotros. 

La comunicación con Dios no es monólogo en el que nosotros decimos todo y Él permanece en silencio. Su voz resuena en nosotros cuando dejamos espacio para que viva en nuestro interior. Más bien es el silencio de nosotros mismos lo que permite que la voz de Dios se haga presente. El problema es que estamos acostumbrados a la voz de los medios de comunicación, que nos llena los oídos y nos vacía el corazón. La Voz de Dios es todo lo contrario, es silente, calma y profunda. “Sigue, pues, el juicio de la fe más seguro que el de tu experiencia, porque la fe no engaña, mientras que la experiencia puede inducirnos al error.” Las apariencias engañan y nuestra sociedad es principalmente apariencia. 

Si nos dice que «Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis» nos parecería que le podríamos pedir a Dios todo lo que se nos antojase. Parecería que todo lo que le solicitemos es justo de ser recibido, pero Dios no atiende a nuestros deseos y antojos, ya que su justicia y misericordia le hace esperar a que realmente abramos la puerta de nuestro corazón a su presencia. Entonces serán cuando pidamos lo que realmente necesitamos y no lo que queremos. Si creemos que Dios nos ha dado el don que necesitamos, es que ya lo hemos recibido en forma de semilla que debe ser cuidada para que germine en nosotros. 

Si hemos dejado espacio al Señor, cualquier palabra que salga de nuestra boca, Él la habrá inducido con infinito amor.