El tema surge de forma directa o indirecta en muchos de mis posts. Lo sé. Pero, a medida que avanza el tiempo parece que todo se acelera.

Es evidente que la elección de Francisco ha supuesto un shock para una parte de la Iglesia que creía vivir en “lo eterno”, como diría Gustavo Bueno. Yo pensaba que esto sucedería, de alguna forma, pero confieso que me quedé corto en mis expectativas. El hecho de que haya un frente opuesto clara y públicamente al Papa, apoyado de alguna manera por periodistas muy influyentes,  y que en algunos medios comience a utilizarse, amenazadora (e injustificadamente, creo yo) la palabra “cisma”, no es más que la señal del descontento de unos sectores tan acostumbrados a una manera determinada de pensar que han llegado a identificarla con la propia esencia del cristianismo. En cierta manera me alegra que esto haya sucedido, pues, desde mucho antes de aquel 13 de marzo de 2013, he venido insistiendo en que la propia Iglesia es plural, y que dicha pluralidad estaba siendo negada por muchos sectores de creyentes (algunos de ellos muy influyentes) que, confundiendo lo esencial con lo opinable, han acabado por tener una idea un tanto deformada de aquello que constituye la esencia de la fe.

En los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI se optó por “uniformizar” la comprensión de dicha fe. Eran años de confusión y enfrentamiento entre bloques ideológicos, lo que explica en parte esta decisión. Para ello se privilegiaron netamente unas concepciones y escuelas teológicas determinadas y una visión de lo que la propia Iglesia debía ser. Dicha visión era auténtica y legítima, pero no era la única. Otras corrientes eran ortodoxas también, aunque fueran postergadas o aunque quienes las sostenían abiertamente fueran raramente propuestos para el ministerio episcopal, o para cargos relevantes en las instituciones académicas católicas. El propio trato con grupos disidentes o cismáticos fue un tanto selectivo (en cuanto yo puedo saber). Benedicto XVI hizo gala de una caridad (¡y una paciencia!) ejemplares con algunos, como la Fraternidad Sacerdotal S. Pío X (Lefevbrianos), sin embargo no tengo noticia de que se dialogara igual con otros movimientos, muy numerosos e influyentes tales como Somos Iglesia (IMWAC), cuyos planteamientos iniciales podían ser discutidos aún, pero que ahora son ya, por desgracia, totalmente inasumibles.

Todas estas cosas, en el fondo, son lógicas, y responden a la visión particular que tienen y deben desarrollar quienes son llamados a  dirigir al Pueblo de Dios, dentro de su historia personal y su discernimiento concreto. Por eso mismo, cuando otro Papa presenta una sensibilidad diferente y privilegia aspectos distintos, o subraya matices olvidados, los fieles católicos (todos, cardenales incluidos) deben darle un voto de confianza, como se lo dieron a sus antecesores. Y ello aunque algunas cosas no las comprendan, o les chirríen un tanto.

La clave que quiero subrayar en este post es la de siempre: es preciso aprender a vivir en pluralidad, también dentro de la Iglesia. El Magisterio, el de Pedro con los sucesores de Apóstoles, es la garantía de la fidelidad al Corpus de la fe. Ahora bien, éste permite mucha y rica diversidad, y todos debemos ser educados en ella.

Desde mi humilde punto de vista, que es también el de algunos eminentes pensadores católicos, debemos ir evolucionando desde una visión juridicista de la fe a una de corte más claramente teológico y evangélico. Se puede cambiar mucho, acercar mucho, explorar mucho, sin faltar un ápice al dogma y a las costumbres, pero para eso es necesario  un Pueblo de Dios formado y discipulado.

En este mismo blog que leen ustedes me causan a veces extrañeza comentarios de quienes, por defender lo que ellos creen una “ortodoxia”, pueden faltar seriamente a la caridad. Nunca los censuro, pues pienso que también estas personas tienen derecho a expresar su opinión, aunque sea de forma ofensiva. Tampoco les contesto (¿para qué?). Es un ejemplo, desde mi punto de vista, de las actitudes que debemos superar, y de lo importante que es dicha formación

Con frecuencia no todo es “o bueno o malo”. Es preciso saber discernir y en todo, quedarnos con lo positivo (1 Tes 5,21) de quienes no piensan igual, pero que también tienen el Espíritu de Dios (1 Cor 7,40).

No creo que haya ningún cisma. Simplemente tenemos que cambiar nuestra mente. Debemos aprender a vivir en una Iglesia fuertemente unida en lo esencial, pero con grandes dosis de libertad. No pienso que sea viable otro modelo para la institución más numerosa, internacional  y multicultural del Planeta. Ese es nuestro reto ahora, y es un reto decisivo.

 Es preciso ser tolerantes y entender que dentro de la propia Iglesia caben formas muy variadas de vida cristiana: así fue en los primeros tiempos y así debe ser ahora. La Verdad es ciertamente única, pero poliédrica, y ninguna de sus caras refleja la totalidad de la Luz.

Un abrazo muy fuerte.

Josue.fonseca@feyvida.com