‘Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios’     (Romanos 2:5).

Introducción

La palabra ‘impenitencia’ proviene del latín ‘impaenitentia’ y significa la obstinación en el pecado y la dureza de corazón para arrepentirse de él. Pero hay un segundo término que complementa al primero, que es la palabra ‘final’.

Si bien por la impenitencia estás obstinado en el pecado y tu dureza de corazón no te permite arrepentirte de ellos, la impenitencia final es cuando perseveras en el pecado hasta el momento de tu muerte. Vives siempre en pecado y, a pesar de ser tú mismo consciente de ello, no muestras ningún tipo de arrepentimiento sino que sigues pecando hasta el último instante de tu vida.

La impenitencia

En la Biblia la impenitencia indica que es un pecado atroz: ‘Al que encubre sus faltas, no le saldrá bien; el que las confiesa y abandona, obtendrá piedad’ (Proverbios 28:13).

La impenitencia consiste en la adherencia de uno mismo a la indulgencia propia y no a la divina. Es la gratificación del ‘yo’ dada por uno mismo, lo cual hace sentir cómodo al pecador, quien no da la suficiente importancia al arrepentimiento por sus pecados y a la voluntad de no seguir pecando. Cuando las peticiones de Dios nos son reveladas, debemos necesariamente rendirnos a ellas. Este ‘yo’ que se fortalece en el pecado es la forma personal de pecado, al cual llamamos ‘impenitencia’.

La impenitencia implica que el pecador impenitente prefiera obstinadamente su propia gratificación personal y momentánea que a los más altos intereses de Dios, así como un rechazo a su autoridad y un desdén a su ley y a sus enseñanzas. El pecador que cree que es su propia auto-indulgencia, en lo más profundo de su corazón está justificando todo su mal comportamiento pasado.

La ausencia de paz y de tranquilidad de conciencia es evidencia segura de un estado impenitente. El alma penitente debe tener tranquilidad de conciencia porque la penitencia es un estado de rectitud de conciencia.

La pereza espiritual o la indolencia es otra prueba de un corazón impenitente. El alma que rigurosamente se vuelve a Dios y se consagra a Él, también se compromete a promover la gloria de Dios en la edificación de su Reino, lo cual demostrará que no es perezosa. Una disposición para el ocio espiritual es otra evidencia de un corazón impenitente.

El arrepentimiento

Indudablemente para poder pasar de la impenitencia a un estado de tranquilidad de conciencia, ya libre del pecado, es necesario e imprescindible un sincero arrepentimiento.

Existe un término griego, el ‘metaneo’, que significa cambiar de parecer, lo cual expresa un cambio de propósito o intención con tu forma de proceder. Y esta es, sin duda alguna, la idea del arrepentimiento. Es un cambio de intención en la forma de actuar egoísta hacia la benevolencia. Es el acto de volverse en un sincero cambio de corazón.

La palabra ‘arrepentimiento’ es a menudo usada para expresar lamento, remordimiento o tristeza, pero no siempre es un sincero arrepentimiento en relación al pecado cometido. Un giro desde el pecado hacia la benevolencia, o más estrictamente, un giro desde el estado de auto justificarse uno mismo a un giro para arrepentirnos ante Dios, es el arrepentimiento que requieren todos los que han pecado.

El arrepentimiento debe implicar reflexión personal y aprehensión de culpa de uno mismo para concientizarnos de la auto condenación. El arrepentimiento implica la convicción del pecado, el reconocimiento de la culpabilidad personal y sincera ante Dios.

También indica que Dios es totalmente correcto y que el pecador está totalmente equivocado. El arrepentimiento sincero debe ser una exoneración total y completa de cada grado de culpabilidad, y una exaltación de todo corazón a Dios.

El arrepentimiento conlleva también la confesión del o de los pecados, solicitando a Dios su perdón, lo cual, una vez logrado éste, obtendremos paz y tranquilidad de espíritu. Si hemos renunciado rigurosamente al pecado, nuestro corazón será benevolente y estará dispuesto a deshacer el mal cometido, a confesar el pecado, e incluso a humillarnos a causa del mismo, ya que el arrepentimiento implica humildad y también disponernos siempre a hacer lo correcto, confesando nuestras faltas a Dios.

 

‘Pues el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios’   (Juan 3:20-21).