Hace unos diez años, cuando una servidora todavía era universitaria (¡madre mía, es cierto eso de que el tiempo vuela!...) se lanzó una iniciativa legislativa popular para pedir algunas modificaciones de la ley Zapatero sobre ´matrimonio homosexual´ (ley que, por cierto, sigue vigente, y que el PP tampoco se ha tomado la molestia de retocar, aunque en este caso la jugada le ha salido mejor que con la del aborto, mediáticamente hablando). La iniciativa -que no se aceptó ni por asomo- era bastante justita, solo pedía dos cosas muy concretas a la hora de regular jurídicamente las relaciones de parejas del mismo sexo: primero, que no se llamara ´matrimonio´, sino que se le diera otra nomenclatura, por tratarse de una realidad jurídica evidentemente distinta; y dos, que no se aprobara la adopción por parte de personas del mismo sexo.

Recuerdo que, taco de hoja de firmas en mano, mi amiga Queta y yo aprovechábamos los ratos de descanso para pasearnos por la cafetería pidiendo firmas a todo el que se nos ponía por delante, sin hacer ningún tipo de consideración previa sobre las pintas del sujeto en cuestión. Nos parecía que cualquiera, independientemente de su mentalidad, credo o ideología, podía estar de acuerdo con unos postulados tan básicos a la par que obvios. Pues bien, en uno de esos ratos, fuimos a caer en una mesa donde varios individuos innegablemente amanerados conversaban tranquilamente. Al preguntarles si querían firmar nuestra hoja y exponerles las exigencias del texto, uno de ellos lanzó un intencionado alarido que parecía querer recalcar -por si no nos habíamos dado cuenta ya tras un ratito de conversación- que era absoluta e indudablemente ´gay´. Sin acritud, con todo respeto, explicamos a los susodichos algo que parece evidente: una cosa nada tiene que ver con la otra. Se puede ser decididamente homosexual y defender la realidad del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer y la necesidad de los hijos de nacer y criarse en ese entorno como el idóneo para ellos. Y así lo piensan también muchos homosexuales, ajenos al lobby mediático, que defienden la realidad independientemente de su condición sexual.

Así pues, considero que el debate generado por Dolce & Gabanna con sus declaraciones sobre la adopción o fabricación ad hoc de niños por parejas del mismo sexo, es solo una muestra más de la enfermedad que sufre nuestra sociedad: el consumismo llevado al grado máximo en todos los ámbitos de la existencia del ser humano, lo que manifiesta un materialismo extremo, propio de una sociedad vacía y que se expresa por partida doble tanto en la defensa del aborto como de la adopción por parejas del mismo sexo. El hijo no es un derecho de los padres que para alcanzarlo pueden utilizar todas las vías físicamente existentes a su alcance, del mismo modo que el hijo ya creado no es un objeto al que se puede eliminar según la conveniencia práctica de su existencia.

"El ser humano tiene derecho a ser generado como una persona, y no a ser fabricado como una cosa o un animal". Estas palabras no hacen más que poner negro sobre blanco una evidencia. Sin embargo, hoy en día, en que hasta la evidencia hay que razonarla, me parece fundamental recordarlo. Os remito al texto completo, de Agustín Losada, cuya lectura recomiendo:

http://www.religionenlibertad.com/derecho-a-tener-hijos-8427.htm

No existe el "derecho a tener hijos". Alguien se ha inventado esa aberración y todos -o casi todos- hemos dicho que sí con la cabeza más o menos inclinada. Un hijo no es un objeto, es un ser humano. No es cierto que los gays no pueden tener hijos: pueden tener hijos (por lo general, como el resto de personas) si utilizan los cauces naturalmente previstos para concebirlos. Es una hipocresía acusar a la naturaleza por la esterilidad de una pareja homosexual. No es así. Ellos eligen un tipo de relación que, por su propia naturaleza, es estéril. No es un problema de la naturaleza ni de sus cuerpos, sino de su decisión. Por lo tanto, creo que es una exigencia de la razón reconocer, como mínimo, que son los niños quienes tienen derechos con respecto a la familia que les acoge, y no al revés. De lo contrario, como dice Agustín Losada, estamos cosificando a esos niños. Los convertimos en un objeto de deseo más, fabricados por la sociedad de consumo para satisfacer el ansia de esos ´padres´. Ese tipo de relación no puede ser considerada paterno-filial, porque existe un vicio en su mismo origen que la hace diferente. Y esto, como mínimo, es una injusticia. Le guste o no al lobby gay. Así que, por mi parte, ole por Dolce y Gabanna y por todas aquellas personas que, habiendo elegido un modo de vida determinado, se mantienen coherentes con la innegable realidad.