Hoy vi algo que me conmovió. Al llegar el momento de la comunión, una señora -visiblemente afectada en su movilidad- hizo un esfuerzo impresionante para poder comulgar. Apoyada en un bastón, atravesó el largo pasillo hasta llegar a las escaleras del altar. La escena, me hizo preguntarme: ¿me acerco a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo con el mismo ímpetu y entusiasmo o he caído en la rutina, en el triste “me da igual”? No hay que desaprovechar la oportunidad de hacer un alto para contemplar a Dios y hacerlo parte de nuestra vida.