Como no es necesario explicar al lector avezado de Religión en Libertad, nos hallamos en la cuaresma, el período de cuarenta días (cuarenta y tres para ser exactos, primera sorpresa que nos depara la cuaresma) que antecede a la Semana Santa, que comienza con el miércoles de ceniza y finalizará en la tarde del jueves santo. Y la pregunta que nos formulamos hoy… ¿pero desde cuando celebramos los cristianos la cuaresma?
 
            En los textos canónicos ninguna referencia encontramos a la celebración de tal período de tiempo prepascual, lo que no es óbice para que las referencias a la cuaresma sean, de todos modos, muy tempranas en la literatura cristiana, estrechamente relacionadas, eso sí, todas ellas, con la costumbre de llevar a la práctica un ayuno por pascua.
 
            Un escritor tan temprano como Tertuliano (h. 160-h. 220), autor de hecho de un tratado “Sobre los ayunos”, habla ya de la costumbre de ayunar en el tiempo prepascual. De hecho, en su defensa de la herejía montanista que terminó abrazando, reprocha a los cristianos romanos la brevedad de sus ayunos, frente a los quince días observados por los montanistas, que a nosotros nos sirven para determinar a ciencia cierta que para cuando escribe Tertuliano, la cuaresma todavía no existe.
 
            Se refiere también a los ayunos pascuales, en modo alguno vinculados a una cuaresma todavía, obras tan tempranas como la Didascalia o la Constitución de los apóstoles.
 
            Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica” hace también esta temprana referencia a una serie de costumbres propias de la pascua cristiana, cuando refiriéndose a la célebre controversia pascual que sacudió a la Iglesia en los tiempos del Papa Víctor, pone en boca de San Ireneo (pinche aquí para conocer mejor a este importantísimo autor de la patrística) las siguientes palabras:
 
            “Efectivamente, la controversia no es solamente acerca del día [de celebrar la Pascua] sino también acerca de la forma misma del ayuno, porque unos piensan que deben ayunar durante un día, otros que dos y otros que más, y otros dan a su día una medida de cuarenta horas del día y de la noche” (HistEc. 5, 24, 12).
 
            Donde aunque efectivamente sigue sin hablar todavía propiamente de una cuaresma, sí realiza esta curiosa referencia a las “cuarenta horas” que permite, cuanto menos, atisbar “la magia” que la cifra está ejerciendo, ya para entonces, en la celebración de la pascua cristiana.
 
            De todas maneras, la más antigua referencia explícita llegada a nuestros días en algún texto cristiano, no ya a una serie de costumbres pascuales o hasta prepascuales sino propiamente a una cuaresma, tal vez sea la que vemos hacer a San Atanasio en sus “Cartas Festales” del año 331, donde exhorta a su fieles a realizar un ayuno que sí es, ya, de cuarenta días, como preparatorio del ayuno más estricto a celebrar en la Semana Santa.
 
            El historiador cristiano Sócrates de Constantinopla (m. 433), autor también él de una “Historia de la Iglesia”, explica que en la Roma del siglo V, el ayuno duraba seis semanas (cuarenta días más menos), con lo que ya la vemos claramente consolidada como costumbre. Y al Papa San León Magno, que reina entre los años 440 y 461, le vemos exhortar a los fieles para que “con sus ayunos puedan cumplir con la institución apostólica de los cuarenta días” (o sea, la cuaresma, del latín “quadragesima dies”, que tal es lo que cuaresma significa, cuarenta días), una afirmación que apela a la apostolicidad de la costumbre y nos hace pensar en una práctica, cuanto menos, medianamente arraigada para cuando León escribe, cuyos inicios, visto todo lo visto, no sería descabellado emplazar en los inicios del s. IV.
 
            Y sin más por hoy, queridos amigos, sino desearles una feliz cuaresma y que hagan Vds. mucho bien y  no reciban menos, me despido por hoy, no sin emplazarles mañana, de nuevo, en la columna, donde si todo va bien, me han de encontrar una vez más.
 
 
            ©L.A.
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