La postmodernidad no ha arrebatado la conciencia de pertenecer a un ámbito universal, como es la Iglesia o ser hijos de Dios. Hoy en día se da más importancia a lo que nos diferencia que a lo que nos une. En muchas instancias, lo que parece que está de moda es ser diferente. San Pablo se quejaba de los cristianos de Corinto porque se consideraban de diferentes unos de otros “Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois simplemente hombres? ¿Qué es, pues, Apolos? Y ¿qué es Pablo? Servidores mediante los cuales vosotros habéis creído, según el Señor dio oportunidad a cada uno” (1Co 3,4-5) 

¿No somos simplemente seres humanos? ¿Qué nos impide encontrar la forma de vivir nuestra fe, unidos en concordia y amor? Sin duda el diablo anda atareado dentro de la Iglesia, generando que unos desprecien la Tradición, mientras otros se concentren en la caridad y otros se dediquen a crear comunidad. ¿Qué ganamos imponiéndolos unos a otros los carismas que Dios nos ha dado? Leamos lo que nos dice San Macario de Egipto: 


Qué es lo que hacen, los hermanos deben mostrarse caritativos y alegres los unos con los otros. El que trabaja hablará así al que ora: «El tesoro que mi hermano posee, yo lo tengo también, pues todo lo nuestro es común» Por su parte, el que ora dirá al que lee: «El beneficio que saca de su lectura me enriquece, a mí también». Y el que trabaja dirá aún: «Es en interés de la comunidad que yo cumpla este servicio.» 

Los muchos miembros del cuerpo no forman más que un sólo cuerpo y se sostienen mutuamente cumpliendo cada uno su labor. El ojo ve por todo el cuerpo; la mano trabaja por los otros miembros; el pie caminando, los lleva a todos; un miembro sufre cuando otro sufre. He aquí como los hermanos se deben comportar los unos con los otros (Rm 12, 4-5). El que ora no juzgará al que trabaja porque no ora. El que trabaja no juzgará al que ora... El que sirve no juzgará a los otros. Al contrario, cada uno, que haga,  y actué para la gloria de Dios (1Co 10,31; 2Co 4, 15)... 

Así, una gran concordia y una serena armonía formarán «el vínculo de la paz» (Ef 4,3), que los unirá entre ellos y los hará vivir con trasparencia y sencillez bajo la mirada benévola de Dios. Lo esencial, evidentemente es perseverar en la oración. Además una sola cosa es condición: cada uno debe poseer en su corazón el tesoro que es la presencia viva y espiritual del Señor. El que trabaja, ora, lee, debe poder decir que posee el bien imperecedero que es el Espíritu Santo. (Atribuido a San Macario de Egipto Homilía 30,1-3) 

La Cuaresma es tiempo de penitencia y reflexión. Tiempo propicio para darnos cuentas de nuestras heridas y pedir al Gran Médico que nos dé su Medicina (la Gracia) que nos transforma. La comunicación eclesial necesita de una buena terapia intensiva para recomponerse y sintonizarse con la Voluntad de Dios. No es lógico que aparezcan noticias de que el Papa se pelea con sus cardenales. Tampoco es lógico que unos grupos se deleiten señalando que “ganan” frente a los demás. Tampoco es lógico que las palabras magisteriales no sean capaces de comunicar lo mismo a todos nosotros. “Además una sola cosa es condición: cada uno debe poseer en su corazón el tesoro que es la presencia viva y espiritual del Señor”. Intentar salir vencedor en cualquier enfrentamiento, conlleva la autoafirmación de sí mismos, no la negación que nos solicita Cristo. Cualquier decisión que margine a quienes sienten y viven la fe de forma particular, es repudiar la cruz que nos señala Cristo. Cualquier intento de hacer una iglesia nueva en donde sólo estén representados determinados carismas, sensibilidades o ideologías, no es seguir los pasos de Cristo, sino los del diablo. 

Confieso que me ha causado miedo la noticia de presiones que parecen haber recibido algunos blogueros para que dejen de ser incómodos. En español lo pueden leer en el blog Rorate Caeli dentro del portal Adelante en la Fe, en una entrevista al Cardenal Burke. Dejando a un lado el entendimiento de la fe y la forma de vivirla que cada cual realiza, es duro pensar en que dentro de la Iglesia estemos dispuestos a cerrar la boca a las personas que sienten la fe a través del carisma y sensibilidad que Dios les ha concedido. Si nos molesta lo que nos señala, es que algo hay dentro de nosotros que no anda bien. Cuando alguien nos señala y nos duele, es que estamos heridos y necesitamos encontrar la misericordia de Dios que nos sana. 

Si el camino de la Iglesia es la unidad en la diversidad, estas presiones no deberían de darse nunca. No se trata de que unos ganen y otros pierdan, como critiqué que sucedía dentro del pasado Sínodo de la Familia. Se trata de crear un espacio donde todos vivamos la fe y nos enriquezcamos con los dones que Dios les dio a nuestros hermanos. 

Si nos encontramos con algo que nos lleva a excluirnos unos a otros, el diablo no debe estar demasiado lejos. Hay que ser precavidos y utilizar el diálogo fraterno antes que la imposición. Como dice San Macario: “Lo esencial, evidentemente es perseverar en la oración” y dejarnos de diabólicos pelagianismos que buscan imponerse unos a otros.