La potestad de nombrar cardenales es una prerrogativa exclusiva del Papa, que él ejerce con total libertad y de la cual no debe dar cuenta a nadie más que a Dios. No se trata de una decisión que él pueda tomar de forma caprichosa, puesto que está dirigida a rodearse de colaboradores eficaces para el gobierno de la Iglesia y a asegurar un colegio cardenalicio que pueda elegir a su sucesor cuando llegue el momento. Pero los motivos que le llevan a nombrar a este o a aquel obispo como cardenal son de su propia competencia y sólo deberá dar cuenta de ellos ante Dios y ante su conciencia. La historia, por supuesto, le juzgará, como ha hecho con otros Papas que nombraron cardenales a personas inicuas sólo por ser familiares suyos (de ahí el término nepotismo, relacionado con la palabra italiana "nepote", que significa sobrino), o como ha hecho con Papas que abrieron el colegio cardenalicio a la universalidad de la Iglesia; en el primer caso merecieron críticas y en el segundo aplausos. Ahora no es el momento del juicio de la historia ni del juicio de Dios y por eso el Papa tiene el derecho de hacer lo que considere oportuno y de contar con nuestra adhesión sobre ello.

Digo todo esto porque no es fácil de entender para algunos que se nombre cardenal al obispo de la pequeña isla de Tonga, con una feligresía de 50.000 católicos, y no al patriarca de Venecia, por ejemplo. O que se nombre cardenal al obispo de Cabo Verde, con poco más de cien mil católicos en su diócesis, y no al arzobispo de Los Ángeles, con cinco millones. Pero el Papa no merece ser criticado por esto. Repito, tiene todo el derecho a hacerlo. Quizá se equivoque, pero eso se lo dirá Dios y la historia. Nosotros lo que debemos hacer es apoyarle y acompañarle con nuestra oración.

Por otro lado, no cabe duda de que uno de los criterios del Papa con estos nombramientos es el de seguir insistiendo en ampliar la representatividad de la Iglesia universal en el colegio cardenalicio. Otro criterio es el de apoyar a diócesis o personas que se encuentran en momento difíciles. Eso explica, por ejemplo, el nombramiento del obispo de Morelia -uno de los lugares de mayor violencia de México- como cardenal, en lugar de dárselo al de Monterrey, o el del arzobispo de Agrigento, en Italia, que tuvo un papel destacado en la acogida de emigrantes cuando era obispo de Lampedusa, en lugar de dárselo al de Turín.

Quizá lo que pasa, cuando algunos juzgan estas decisiones del Papa, es que se nos olvida que el Espíritu Santo no deja ni dejará nunca a su Iglesia y que es Él quien realmente la dirige. Por eso, debemos renovar nuestra confianza en el Señor y apoyar con nuestra oración al Santo Padre, que fue lo que él nos pidió cuando llegó a la cátedra de Pedro.