En su Encíclica Caritas in veritate Benedicto XVI confirma lo arduo y comprometido que es para el hombre el tiempo que le toca vivir. Y es que algunos llevan tiempo empeñados en convertir a la persona en una especie de diana contra la que lanzar el dardo del antihumanismo. Un entorno de hostilidad rodea al hombre en esta época de angustia y quiebra de virtudes naturales. Hay afán por desarrollar proyectos de claro signo deshumanizador. Desde la ciencia hasta la política, pasando por la economía, la sociología y la cultura, se pretende crear una especie de ecosistema inhóspito para el ser humano. Nos recuerda el Papa que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad. En su Encíclica el Papa advierte de los continuos ataques a valores humanistas como la justicia o la igualdad que se producen en el marco de una globalización desordenada generadora de un endiosamiento de la técnica y de modernas esclavitudes que tienen como causa el vacío del alma. Benedicto XVI denuncia esa espantosa soledad espiritual del hombre moderno que nada posee fuera de su precaria existencia individual y cuyo agnosticismo, congoja y egoísmo parecen la negación exacta de lo natural de las tres virtudes teológicas: fe, esperanza y caridad. Ese hombre moderno que sólo se alegra cuando juega infantilmente con máquinas en la diversión técnica pero que se hastía y aún se acongoja al encararse con realidades del espíritu. El Papa nos asegura que cuánto mayor sea el progreso material, cuánto más refinada y completa sea la técnica de producción, Dios será más necesario, y sin un trasfondo religioso nada podrá ser edificado perdurablemente en lo político, en lo social o en lo económico.