Ha dado mucho que hablar la expresión espontanea del  Papa  al referirse a la libertad de expresión.  Quiso defender el respeto que merecen las  personas y las instituciones. Una cosa es  que podamos decir lo que nos parezca y otra que impunemente denigremos con expresiones y caricaturas algo tan sagrado como es una religión, unas creencias, unas verdades de fe, la dignidad de una persona…

                Estamos acostumbrados a que los católicos aguantemos toda la porquería que nos quieran echar encima, y que se nos exija , además, que pongamos la otra mejilla. Normalmente lo hacemos, pero nos puede fallar el subconsciente reaccionando  intespectivamente.

                A raíz de los acontecimientos vividos días pasados, se han montado toda una campaña a favor de una libertad sin límites, animando al personal a tirar contra todo lo que se mueve, caiga quien caiga. Pero eso es también violencia. Cuando a uno le tocan la fibra que más le duele reaccionamos con indignación. Es verdad que no nos liamos a tiros, pero duele, y crea mal ambiente.

                Se ha tachado a los terroristas de fanáticos, y muchos lo son. Pero no confundamos,  no es fanatismo defender democráticamente nuestros ideales y principios con toda energía. Repito que democráticamente, utilizando las vías civilizadas que nos ofrece el Estado de Derecho. Pero no podemos hurgar en las heridas, o pinchar en lo más sagrado, porque tenemos derecho a ser respetados, a no convertirnos en el pin pan pum   de los graciosos sin principios éticos.

                El Papa Francisco quiso decir que si ofenden a mi madre no te extrañe que se escape alguna reacción no deseada. Somos humanos y no siempre se puede uno controlar. Es preferible ser civilizados, respetuosos, y darle patadas a un muro para descargar la adrenalina que llevamos dentro…

                Decía Hjalmar Schacht: “La libertad sin orden es la muerte de toda organización social”.  Cuando en el deporte se desatan las pasiones pueden ocurrir barbaridades, que solemos ver con cierta frecuencia.  El comprar una entrada de futbol, o disponer de un especio en medios de comunicación social, no nos habilita para decir las barbaridades que me vengan a la boca. No somos salvajes que gritan, como no lo debemos ser defendiéndonos.

                El famoso Igor Stavinsky decía: “Si todo me estuviera permitido, me perdería entre tanta libertad”.  El Papa habló claramente de libertad de expresión, pero con los límites que nos impone el civismo, la buena educación, el sentido común, el respeto a los demás…

                ReL.  aclara en una nota que:

La Constitución habla de "límites" a la libertad de expresión
Algunas críticas al Papa que han circulado en las redes sociales le acusan de haber  olvidado "lo de poner la otra mejilla", al centrarse en la broma de Francisco sobre el puñetazo a quien insultase a su madre. 

Pero lo sustancial que ha dolido en ámbitos de la izquierda es el recordatorio de que la libertad de expresión tiene límites. Sin embargo, es lo que establece, por ejemplo, la misma Constitución española en su artículo 20.4: "Estas libertades tienen su límite en el respeto a los derechos reconocidos en este Título, en los preceptos de las leyes que lo desarrollen y, especialmente, en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia". 

Desde luego, los límites no los fijan los terroristas, y menos aún asesinando personas, y por eso el Papa condenó sin paliativos el atentado. Pero la misma existencia de límites a la libertad de expresión forma parte de la legislación y la jurisprudencia de todos los países del mundo.

 

    Libertad sí, pero con cabeza y buena educación.

 

Juan García Inza