Me llamó la atención la viñeta que publicó en ABC hace unos días Martinmorales. Un padre dice a otro: “La culpa de que nuestro hijo viole no es de la educación que sus padres le dimos, sino de que van por la calle niñas violables”. Muy aguda la afirmación, que tiene mucho de verdad. Decíamos en nuestro artículo anterior que el pecado capital por excelencia del hombre es la lujuria, y el de la mujer la soberbia. Hay un instinto sexual nato en el ser humano, en este caso en el hombre, que tiene su razón de ser: la perpetuación de la especie. Pero esta fuerte tendencia debe ser debidamente encauzada. Para ello hace falta poner unos medios, unos principios, una voluntad que ejerza, y una libertad para hacer el bien. Pero cuando por el camino se van poniendo incentivos, se le va provocando, insinuando, excitando, y ofreciendo sensualidad y sexualidad con descaro y picardía, si se da un exceso, incluso una violación, toda la culpa no la tiene el “macho”, alguna tendrá la “hembra”. Si al que tiene una inclinación a apropiarse lo que no es suyo le pones por delante dinero fácil, no podemos extrañarnos que se lo quede. Y ahí entra todo el gremio de prevaricadores y corrupto. El pudor es una virtud, o si quieres llamarle un valor, necesario para convivir como seres humanos con un mínimo de educación y respeto hacia los demás. Está hoy de moda enseñarlo todo, y no solo el ombligo. Es lamentable la oferta callejera de sexo por parte de las profesionales del ramo, que viven de ese trabajo. Pero es muy lamentable que niñas desde los doce años vayan por los lugares públicos insinuando lo que buscan gratuitamente. Y parece que los que mandan lo ven justo y razonable. Ya nada es delito en este terreno. Es lo que llaman la revolución sexual. En esto puede que nos parezcamos a algunos monos. Seguiremos hablando del tema. Juan García Inza