En estos días, y a raíz de los atentados de Francia, se habla y se discute sobre el derecho a la libertad de expresión. Son muchos los que defienden la libertad a ultranza, que cada cual pueda decir lo que piensa, aunque sea insultando. Otros son más comedidos y hablan de los límites naturales y morales de la libertad. Hay quien dice que no se debe atentar contra un terreno tan íntimo y sagrado como son las religiones. Sea como sea, yo considero que la libertad tiene el límite  en donde empieza la libertad y el honor de los demás.

            Algunos que ponderan a los cuatro vientos la libertad que disfruta, es posible que disimulen las huellas que dejan en su persona las esclavitudes a las que está sometido.

            Traigo aquí una ingenua fábula de La Fontaine que, si se piensa bien, tiene mucha filosofía detrás. La leemos y que cada cual intente descubrir con sinceridad si hay alguna esclavitud disimulada en su vida que no le autoriza a exigir violentamente que respeten su libertad.

 

Un lobo que se encontraba hambriento y a estas alturas muy flaco casi huesos, se encontró a un mastín gordo y sano, que andaba recorriendo el bosque. Atacarlo y comerlo hubiera sido lo correcto para el lobo, pero la realidad es que hubiera sido también, una pelea feroz, con un enemigo bien dotado.

El Lobo se le acerca para dialogar y alagar lo bien que se lo veía, a lo que el mastín respondió: -No estás tan bien como yo, porque no quieres, deja el bosque y a tus amigos. Sígueme y tendrás una vida excelente. Y el lobo preguntó:

- ¿Y qué tendré que hacer?

- Casi nada, dijo el Perro: atacar a quien ponga en peligro al amo; querer a los dueños de casa, y siempre complacerlos. Con algo tan simple como eso que te digo, tendrás las sobras de todas las comidas, huesos de pollos, carne fresca, frutas y verduras; y también cariño, como un elemento extra -

El Lobo, se sintió feliz y lleno de gozo. Mientras caminaban hacia la casa del amo del mastín, el lobo se dio cuenta que el perro tenía el cuello pelado.

- ¿Qué es eso? - preguntó.

 - Nada -

- ¡Cómo nada! -

- Una tontería -

- Pero algo es, esa peladura en el cuello -

- Será la señal del collar con el que a veces estoy atado.

- ¡Atado! - exclamó el lobo

- ¿Tú no vas y venís a donde quieres?

- No siempre, pero eso, ¿qué importa?

- Importa tanto, que no quiero ni el más grande de los tesoros, por renunciar a mi libertad - Terminó de decir el lobo, y se alejó corriendo, sin mirar atrás.

 

            Yo me quedo con aquellas palabras de Jesucristo: La Verdad os hará libres.

  Habría que decir alguna vez: “Por favor, no defienda usted tanto la libertad y déjeme a mí serlo un poco”.

Juan García Inza